Diario Córdoba

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Mercedes Barona

CON PERMISO DE MI PADRE

Mercedes Barona

Como perro abandonados

Una carretera nacional, en uno de esos viajes de verano en los que se cruzaba España de punta a punta, familia numerosa en el coche, risas, codazos, aburrimiento y diversión a la vez. Alguna parada para un pis y un colacao, todos medio dormidos, el aire acondicionado del coche tal y como se entendía en los 80: «Mamá, tengo hambre» y miles de «¿cuánto falta?».

Lo vi por la ventanilla del coche cuando pasamos a su altura, parado junto al arcén, como si se hubiera detenido el tiempo y no tuviera nada más que hacer que esperar, un perro normal y corriente, como tantos otros, de color tostado y tamaño mediano que alguna vez fue un cachorro juguetón pero que había gastado casi todos sus cartuchos y ya merecía un reposo y una atención por los favores prestados. Pero estaba claro que ya no iba a tenerlos.

Allí, a un lado de la carretera, convencido de que iban a volver a por él, porque su sentido de la fidelidad no le permitía creer otra cosa, que se habían largado sin él porque ya era viejo y molestaba, o porque en el apartamento de vacaciones no permitían mascotas y, total, para tres días que le quedan pues lo dejamos aquí. Y yo, que no lo conocía de nada, hace más de 30 años que no olvido sus ojos en el retrovisor, expectante y confiado en que sus dueños no podían ser tan miserables.

Reconozco que no me fío del todo de las personas a las que no les gustan los animales, pero a veces trato de creer que es simplemente porque nunca han tenido trato con ellos y por eso no los necesitan en sus vidas, ni los entienden o aprecian. Pero estoy segura de que cualquiera capaz de maltratar a un animal no dudaría en llevarse por delante a una persona para conseguir lo que desea.

En estos días de España abrasada, tanto por el fuego como por el mantra del cambio climático, la nueva matraca para apretarnos más la vida, hay quien habla de hectáreas quemadas como de una simple estadística. Pero yo pienso en vidas arrasadas, en animales muertos, en zonas que nunca volverán a ser las mismas. Hay imágenes de caballos corriendo despavoridos, de ovejas achicharradas, de corzos desesperados. Y veo las lágrimas de quienes se saben ya mayores para empezar de cero en ninguna otra parte que no sea la tierra que trabajaron toda la vida.

Y a continuación aparece nuestra clase política paseándose por las zonas devastadas, soltando sus estupideces sobre transiciones verdes, desarrollo sostenible y ecologismo, y me acuerdo de que el consejo asesor de Medio Ambiente del Ministerio para la Transición Ecológica y el Reto Demográfico (he tenido que copiar el nombrecito, lo reconozco) lo forman cinco miembros de oenegés, dos sindicalistas, dos empresarios y dos ‘consumidores’, y tres representantes de organizaciones agrarias, y entiendo que todo lo que podría hacerse, de manera real y efectiva por nuestros montes y nuestros bosques va a quedar sepultado en la misma burocracia de siempre: en normas absurdas que expulsan a los verdaderos conocedores del problema de la toma de decisiones.

Y pienso que estamos así, como aquel perro abandonado, incrédulos y a la vez con la terrible sospecha de que estamos en manos de unos hijos de puta capaces de lo que sea por mantener sus vacaciones, o sea, sus sillas y prebendas, aunque a los demás nos atropelle un coche en la espera.

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