Diario Córdoba

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Marisol Salcedo

ESCENARIO

Marisol Salcedo

Chiringuitos

El Diccionario se ha quedado anticuado en lo que respecta a la definición de chiringuito: quiosco o puesto de bebidas al aire libre. Así eran los que conocí en las playas de Málaga durante los veraneos de mi infancia. Por aquellos años, plena década de los 60, el mar, que ya estaba valorado como destino veraniego en el norte, comenzó a cobrar importancia en las costas mediterráneas. Hasta entonces, las casas señoriales malagueñas, situadas en el Paseo de Sancha y El Limonar estaban construidas de espaldas al mar, al que reservaban sus tapias y puertas traseras que lindaban con una estrecha carretera y la vía de un trenecillo, muy cercanas entre sí, que corrían paralelas a la costa. En Pedregalejo y El Palo, las casitas de los pescadores, siempre con las redes en la puerta, sí se abrían y miraban a la mar.

Los chiringuitos entonces se llamaban chambaos y eran unas construcciones muy precarias de aspecto provisional. Tres paredes clavadas directamente en la arena, sin suelo alguno, con un techo de hojas de palmeras o cañas y palos. Bajo él, unas cuantas mesas y sillas de tijera, un mostrador y una nevera para las bebidas. De comida, nada; cada cual llevaba la suya o se conformaba con beber. Como mucho, espetos de sardinas, almejas salteadas y, avisándolo con tiempo, un arroz. Había que tener cierta malicia a la hora de coger mesa, porque la primera fila estaba expuesta a un golpe de ola inesperado, que se llevaba la tortilla de patatas, los filetes empanados y la gaseosa. No cabe mayor interacción entre la naturaleza y el ser humano: una venganza refinada del mar. Puede que alguien recuerde el chambao de la playa llamada El peñón del Cuervo --en la costa oriental de la ciudad de Málaga-- o alguno de los varios que había en la playa de La Misericordia --en la costa occidental--.

Los chambaos evolucionaron a chiringuitos, construcciones cerradas con suelo y terrazas; auténticos restaurantes con manteles y servilletas de tela, amplia carta de cocina y vinos; montones de hamacas y parasoles que llegan hasta la orilla. Se han añadido a este mobiliario las camas balinesas. A esta sofisticación se oponen las clásicas sombrillas y los sillones plegables de las familias que van con niños pequeños y tienen que dar espacio a cubos, palas, rastrillos y toda la parafernalia destinada a distraerles, aunque esa distracción dure poco. El agua del mar es la mayor distracción.

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