Diario Córdoba

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Antonio Gil

PARA TI, PARA MÍ

Antonio Gil

‘Una Iglesia sin cadenas’, deseo del papa Francisco

Los cristianos no vivimos la fe por nuestra cuenta, a nuestro aire, como si fuera un artículo para consumir privadamente

El 11 de junio se clausuraba en Madrid la fase española del Sínodo que ha convocado el papa Francisco sobre la sinodalidad, y que concluirá en Roma en octubre de 2023. La idea es que la Iglesia se haga sinodal, pero ¿que quiere decir eso? El profesor Miguel de Salis, profesor de Eclesiología en la Pontificia Universidad de la Santa Cruz y especialista en ecumenismo, nos ofrece un puñado de ideas claras para que entendamos bien y comprendamos mejor el hondo significado y el contenido de esta palabra: «Sinodalidad quiere decir caminar juntos. Porque todos formamos parte de la Iglesia, no solo la jerarquía, todos somos responsables, todos tenemos algo que aportar, de todos podemos aprender. La sinodalidad lleva a crecer en la unidad con los demás cristianos, sentirnos responsables de la evangelización y cultivar la calidad de nuestra relación con los demás. Los cristianos no vivimos la fe por nuestra cuenta, a nuestro aire, como si fuera un artículo para consumir privadamente. La Iglesia no es una empresa que ofrece experiencias espirituales al gusto del consumidor, sino una realidad de comunión, una familia, un pueblo que tiene su origen en Dios y camina en esta tierra hacia Él, proponiendo a todos esta comunión que será plena en el cielo». Las palabras del teólogo son clarividentes y acentúan la verdadera cuestión de fondo de la sinodalidad: Una mayor participación de todos en la vida de la Iglesia. Ciertamente, la palabra no suena fácil a nuestros oídos y en castellano quizás nos resulte una palabra lejana, ambigua, imprecisa. Por eso, el Papa nos está explicando constantemente los perfiles más luminosos de la sinodalidad, para edificar así y vivir en una Iglesia nueva, reformada y adaptada a los nuevos tiempos que nos han tocado vivir. «El Sínodo, subraya con fuerza Francisco, nos llama a convertirnos en una Iglesia que se levanta, que no se encierra en si misma, sino que es capaz de mirar más allá, de salir de sus propias prisiones al encuentro del mundo, con la valentía de abrir las puertas. Una Iglesia sin cadenas y sin muros, en la que todos puedan sentirse acogidos y acompañados, en la que se cultive el arte de la escucha, del diálogo, de la participación, bajo la única autoridad del Espiritu Santo. Una Iglesia libre y humilde, que no posterga, que no acumula retrasos ante los desafíos del ahora, que no se detiene en los recintos sagrados, sino que se deja animar por la pasión del anuncio del Evangelio y el deseo de llegar a todos y de acoger a todos. Vayan a los cruces de los caminos y traigan a todos: ciegos, sordos, cojos, enfermos, justos, pecadores, ¡a todos, a todos!». ¡Cómo expansionan el alma estas palabras del papa Francisco, pronunciadas el pasado 29 de junio, festividad de san Pedro y san Pablo! ¡Cómo nos hacen sonreír de gozo y de esperanza! En la Iglesia no hay «voces muertas», ni «bocas prohibidas», viene a decirnos el pontífice: «En la Iglesia, exclama, todos estamos llamados a ser discípulos misioneros y a aportar nuestra propia contribución». Francisco ha lanzado a los creyentes de esta hora dos grandes preguntas: «La primera es, ¿qué puedo hacer por la Iglesia? Y la segunda, ¿qué podemos hacer juntos, como Iglesia, para que el mundo en el que vivimos sea más humano, más justo, más solidario, más abierto a Dios y a la fraternidad entre los hombres?». Y se contesta inmediatamente: «No debemos permanecer como espectadores pasivos, ni debemos encerrarnos en nuestros círculos eclesiales y quedarnos atrapados en ciertas discusiones estériles. Estén atentos a no caer en el clericalismo. Ayudémonos a ser levadura en la masa del mundo. En definitiva, ser una Iglesia que promueve la cultura del cuidado, de la caricia, la compasión por los débiles y la lucha contra toda forma de degradación, para que la alegría del Evangelio brille en la vida de cada uno». Gracias, Santo Padre, por sus palabras, brisa celeste y radiante para este tórrido verano que nos devora las entrañas

** Sacerdote y periodista

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