Diario Córdoba

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Antoñita Sánchez Atienza, una vida de procesiones en primavera

Recuerdo emocionado de una mujer muy querida en Priego de Córdoba y de los lazos con Asturias a través de la relación familiar con el autor

Antoñita Sánchez, en su joyería de Priego de Córdoba.

La primera vez que fui a Priego era una tarde del sol y procesiones de mayo en los años noventa, un domingo de La Soledad. Iba a recoger a Anabel, con la que ya tenía un vínculo inquebrantable, desde el primer momento en que nos conocimos, pero que habíamos fraguado en Málaga, donde vivíamos los dos nuestra vida de estudiantes universitarios. La premura y fortaleza del vínculo hizo que conociese muy pronto, casi inmediatamente, a otros miembros de la que pasó a ser mi familia andaluza, aunque quedaba pendiente la visita a Priego, un paraíso con formato de valle norteño, pero enclavado en el corazón de Andalucía, tal como indica Niceto Alcalá Zamora en sus memorias, pero desconocido para mí por una situación geográfica que no había propiciado nuestro encuentro fortuito, hasta que no fui de la mano de una de sus habitantes, Anabel, por cierto, orgullosa de sus monumentos, tradiciones y cultura, con poderosas razones para ello, como pude rápidamente comprobar.

Cuando fui, estabas, Antoñita, como no podía ser de otra forma, poniendo mantillas y ayudando en los preparativos de la procesión, es decir volcada en el mundo cofrade, bastante desconocido hasta entonces para mí. Y decidimos dejar la presentación para otro día más propicio, ya que teníamos prisa por hacer el viaje a Málaga, no llegar demasiado tarde y, a fin de cuentas, disponer de un entorno más favorable, ya que la presentación a una suegra no es una cosa menor. Pasado un breve tiempo volvimos con más calma y claro, tu hospitalidad andaluza ya estaba preparada para recibirme en plenitud y así fue, con uno de tus rasgos característicos, una sonrisa de bondad que acompañaba unos modales exquisitos, a la vez que cercanos y sencillos, es decir, sin rimbombancia ni floritura excesivos. Esa fue mi primera impresión tuya, de cercanía y de amabilidad, que me acompañó siempre y en la que no me equivoqué, ya que creo que casi todo el mundo que te trató corrobora esa afirmación.

También conocí y establecí un vínculo especial con Carmen, toda bondad, generosidad y fuerza vital, a pesar de su edad avanzada, pero fruto de la experiencia, el esfuerzo y la capacidad de trabajo. Siempre estabais juntas y compenetradas, y me encantó la capacidad de diálogo y el buen nivel de conversación que manteníais conmigo. Para mí fuisteis una fuente de cariño a la vez que de conocimientos sobre un lugar que me interesaba mucho y a todas luces con un potencial cultural impresionante, Priego, complementando a la perfección lo que ya me transmitía Anabel sobre el pueblo.

Es obvia, para cualquiera que haga un análisis propio de su historia y sus monumentos, la riqueza cultural de Priego, desde las manifestaciones del barroco en edificios tanto religiosos como civiles, hasta el barrio de la Villa, pasando por el castillo, el Balcón del Adarve, las Carnicerías Reales o los pasos de la Semana Santa, obra de muchos de los escultores e imagineros más prestigiosos de la historia, sin olvidarnos de la Fuente del Rey o del Recreo de Castilla y por supuesto de su riqueza gastronómica, con la inmensidad de platos nuevos para mí, de los que tú y Carmen erais las mejores valedoras. Otros muchos valores culturales y lugares emblemáticos me dejo en el tintero, ya que probablemente me quedaría sin espacio, pero lo que más me ha gustado siempre de Andalucía es su gente, o, mejor dicho, la forma en la que su gente te muestra su cultura, enriqueciendo enormemente los monumentos o los episodios históricos más relevantes. La forma en que Anabel me hablaba de Priego me embelesó, y “de casta le viene al galgo”, ya que tú en eso, siempre fuiste, Antoñita, una de las mejores embajadoras, de Priego en particular, y de Andalucía en general. Personalmente, lo que más me interesa cuando viajo o me desplazo a cualquier parte es percibir la vida cotidiana de los pueblos y convivir con quienes tejen la red social que los sustenta. Una simple visita turística a cualquier lugar no tiene la misma gracia que ir descubriéndolo poco a poco, sin forzar, de la mano de quien conoce los lugares y rincones emblemáticos de los pueblos. En un simple paseo, manteniendo una conversación agradable con una persona querida, se obtienen matices fundamentales que hacen que los lugares te atrapen y se te queden en el alma. Tal como hace casi un cuarto de siglo me pasó a mí en Priego, donde, además, veinticinco años después sigo descubriendo rincones, tradiciones, usos y costumbres que me llaman la atención, e incluso muchos de ellos los descubrimos todos juntos en familia, al aportar el grupo un enfoque nuevo para quienes también han nacido o vivido allí. En los sitios interesantes, habitados por personas interesantes y curiosas, pasa eso. Se me va a hacer muy difícil volver a Priego y no tener esos paseos contigo, en familia, donde se unían tres generaciones. Ya hace tiempo que echamos de menos en ellos también a Rafael, a Carmita y a Manolo. Quedabas tú y ahora nos dejas totalmente huérfanos de vuestra presencia, al igual que tu quedaste en tu vida huérfana prematuramente de seres muy queridos para ti, como tu madre Antonia, tus hermanos Rafael y Celia, tu esposo Pepe, tu padre Antonio y al final tu hijo Javier. Siempre supiste superar estos trances de la vida con una fortaleza asombrosa y lo mejor de todo, haciendo la vida fácil y alegre a los que te seguían acompañando en tu recorrido vital, aunque fuese a veces a costa de interiorizarlo todo.

Las charlas que teníamos sobre la familia, el pasado, los avatares de la vida... me llenaban mucho. No sé si es muy habitual que un yerno se pase tres horas al teléfono hablando con su suegra de pura tertulia, pero lo hacíamos habitualmente y yo ya las estoy echando mucho de menos. Cuando me contabas tu infancia en Almedinilla, en la fábrica de harina, luego en Baena, como niña de la guerra, o en Málaga, en el Compás de la Victoria, con tus tíos, donde ya conocisteis tú y tus hermanas, de niño, a Rafael, tu futuro cuñado. Por supuesto Priego, donde echaste raíces y desarrollaste tu oficio del alma, el oficio familiar, de tradición cordobesa, la platería, joyería y relojería que tu padre Antonio os enseñó, a ti y a Pepe, tu marido, como a tu hermano Manolo, y que él había aprendido de su tío, con el que estuvo de aprendiz en Alcalá La Real. ¿Quién os iba a decir que algunos de los muebles originales de la joyería iban a lucir en una casería asturiana? recreando la misma, con cartel de azulejos conmemorativo en la entrada, que me alegra haber diseñado para ti y que te haya gustado tanto. Lástima que no hayas podido llegar a verlo colocado, pero aquí quedará para que lo vean las generaciones venideras y no olviden sus orígenes y su tradición familiar. Junto a la capilla, en cuyo soportal lucirá tu fuente, como un patio andaluz enclavado en la costa asturiana y a los pies de los Picos de Europa, por seguir el símil, aunque a la inversa, de Niceto en sus memorias.

La complementariedad entre Asturias y Andalucía es para Anabel y para mí una premisa cierta, al menos desde nuestro punto de vista es así. La Vía de la Plata nos une y recuerdo una conversación contigo hace poco donde hablábamos de que en Priego el barrio de Avilés se llama así por la cantidad de prieguenses que habitaban en el mismo y que emigraron a esa villa asturiana en la época de la industrialización. Lo mismo que la cantidad de andaluces que llegaron a habitar la cuenca minera asturiana y aportaron sus rasgos culturales a la conformación de una parte muy importante de la sociedad de Asturias. Esa unión cultural y social que se suma a la individual y sentimental (la más importante), siempre fusionó nuestras familias en un entendimiento común, es decir, ese entendimiento no solo se basa en un enfoque individual y personal, sino también cultural. El inmenso cariño y aprecio de mis padres y hermana hacia toda la familia de Anabel siempre ha sido notable, y sé que es totalmente recíproco. Mi madre lloraba, casi gritaba, desconsolada al teléfono, cuando le confirmé tu fallecimiento y no paraba de recordar la coincidencia con Pepe, tu marido, que también falleció en Jueves Santo, al conocer la historia que tú le contaste al respecto y que a todos nos impresiona, dado el inmenso amor que os teníais, así como vuestra vinculación con la Semana Santa de Priego. Los sucesos aleatorios con una probabilidad de ocurrencia muy baja nos hacen rechazar la hipótesis nula bajo esas condiciones de aleatoriedad, dada su baja prevalencia. Cada uno puede entenderlo como estime, pero es cierto que la probabilidad de ocurrencia con base aleatoria en este caso es baja.

¡Qué pena que por sus limitaciones de salud mi padre no hubiese podido ir, antes de su fallecimiento, con mi madre, a Priego! a disfrutar contigo de la Semana Santa que tanto les gustaba cuando la veían en vídeo o se la explicabas. Bien es cierto que se compensó esa carencia, ya que tu sí que viniste mucho a Asturias, al principio con Rafael y Carmita, y sola o con María José en otras muchas ocasiones, lo que nos hizo disfrutar a todos en familia y que dejases también una parte de ti en esta tierra asturiana, que tanto te hacía recordar a Pepe, al pensar lo mucho que le iba a gustar estar entre tanta naturaleza.

Las familias prieguense y asturiana, en Asturias.

Y en el año en el que Anabel y yo llevamos juntos veinticinco primaveras, que queríamos celebrar en Andalucía, te vas un Jueves Santo, con la banda sonora de las procesiones de fondo, como cuando pisé Priego por primera vez, solo que ahora, la suma de las circunstancias y el exceso de responsabilidades adquiridas, pensando en quienes dependen de mí y de Anabel, que son muy pequeños para correr ciertos riesgos, así como la mala suerte con la disponibilidad de plazas en los transportes públicos, que había una y no dos, me privaron de poder despedirte en Priego, como me hubiese gustado. Sé que lo comprendes, y que lo apoyas, desde donde estés, sin género de duda, pero con Anabel ya de vuelta en Viernes Santo, utilizando ese único billete existente que para ella sí que apareció, aunque en muy mal horario, pero que permitió la viabilidad de su viaje sin ocasionar un posible perjuicio mayor, no me sale otra cosa que despedirte como más me gusta, que es escribiendo estas líneas que realmente me salen del corazón, en agradecimiento por haberte conocido, por haber sido una magnífica suegra y para que perviva en mí un nuevo recuerdo tuyo, al honrar tu memoria a modo de despedida, cerrando el ciclo, que otra vez se generó en esos días con una procesión en la primavera andaluza, esta vez la del Nazareno, que ya bajaba de vuelta del Calvario, tras bendecir los hornazos y a la espera de que saliera La Soledad y el Santo Entierro, tu cofradía, la que nos enseñaste por dentro hace pocos años para que pudiésemos vivir contigo, tu hija, nietos y yerno, la emoción que se desprende antes de la salida, desde dentro, como pocos pueden ver y sentir y de la que ya, aunque sea a mi manera y con mi propio sentimiento, muy personal y probablemente distinto y peculiar, también formo parte, sumándose, además, a mis recuerdos importantes.

* Profesor de la Universidad Internacional de La Rioja y economista de la Asociación para el Desarrollo Rural e Integral del Oriente de Asturias

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