E l pasado jueves, los profesores del Colegio de María Inmaculada de nuestra capital, -enclavado en la sede de las Religiosas de María Inmaculada-, celebraron una Eucaristía de acción de gracias, entre los actos organizados como despedida del curso escolar y comienzo de las vacaciones. Fueron ellos mismos los que confeccionaron el guión litúrgico, con la monición de entrada y los cantos así como la lectura de las sugerencias finales, en las que brilló la gratitud por los frutos recogidos entre el alumnado. En el momento de la homilía, quise dejarles también esas tres actitudes que, desde la orilla de la fe, los creyentes cristianos hemos de tener en cuenta en nuestro tiempo de descanso: Primero, «escuchar a Dios»; segundo, «amar como lema de cuanto hacemos y decimos»; y finalmente, procurar llenar ese «vacío interior» que se traduce en una desoladora insatisfacción y desencanto. Lo primero, sin duda, es colocar en nuestros afanes y tareas, ese «escuchar a Dios», cuya Palabra revelada la tenemos al alcance de la mano, con la lectura del Evangelio. Vivir escuchando a Jesús es una experiencia única. Por fin, estamos escuchando a alguien que dice la verdad. Alguien que sabe por qué y para qué vivir. Alguien que ofrece las claves para construir un mundo más justo y más digno del ser humano. Los seguidores de Jesús no vivimos de cualquier creencia, norma o rito. Una comunidad se va haciendo cristiana cuando va poniendo en su centro el Evangelio y solo el Evangelio. Ahí se juega nuestra identidad. No es fácil imaginar un hecho social más humanizador que un grupo de creyentes escuchando juntos «el relato de Jesús». Cada domingo podemos sentir su llamada a mirar la vida con ojos diferentes y a vivirla con más responsabilidad construyendo un mundo más habitable. En este tiempo de descanso, necesitamos apartarnos en silencio para encontrarnos a nosotros mismos y oír mejor la voz del Señor. Dios nos habla también, decía a los profesores, a través de sus «susurros» en nuestras conciencias libres, a través de los mensajeros que nos envía y que nos traen casi siempre un «recado» de parte de Dios, a través de los acontecimientos de la historia, y de forma muy extraordinaria, a través de los «signos de los tiempos», expresión que puso de actualidad el papa Juan XXIII, en el Concilio Vaticano II. Esta es la esencia de la vida cristiana. Es una misión para toda la Iglesia, para todos nosotros: «Escuchar a Jesús y ofrecérselo a los demás». La segunda actitud que ha de marcar nuestros pasos en todo momento, especialmente en el descanso, quise tomarla de una de las secuencias más bellas de la película Cinema Paradiso, dirigida por Giuseppe Tornatore, cuando su protagonista Alfredo, despide en la estación de ferrocarril al joven Totó, recomendándole que se marche del pueblo y cumpla sus sueños cinematográficos, con este consejo admirable: «Hagas lo que hagas, ámalo». El amor como argumento central del auténtico cristianismo y como esencial leit motiv de nuestras vidas. Estamos huérfanos y no acertamos a entendernos como hermanos. Son muchos los que no saben muy bien dónde fundamentar su vida ni a quién acudir para orientarla. Helder Cámara nos lo dijo de forma convincente y clarividente: «Para liberarte de ti mismo, lanza un puente más allá del abismo que tu egoísmo ha creado. Intenta ver más allá de ti mismo, y sobre todo, prueba a esforzarte por amar en vez de amarte a ti solo». Y la tercera sugerencia en mis palabras a los profesores del Colegio de la Inmaculada se centró en aprovechar las vacaciones para «llenar vacíos» en esos cuatro motores que nos permiten volar con las alas desplegadas: La inteligencia, donde está el saber; la conciencia, donde brillan los valores; el corazón, donde brotan los sentimientos; y la conducta, donde florecen las obras. En una sociedad dañada por tantas injusticias y abusos, donde crecen las «zarzas» de los intereses y las mutuas rivalidades y donde brotan tantos «espinos» de odios, discordia y agresividad, son necesarias personas sanas que den otra clase de frutos. Necesitamos entre nosotros personas que sepan acoger. Cuando acogemos a alguien, lo estamos liberando de la soledad y le estamos infundiendo nuevas fuerzas para vivir. Por eso es tan hermosa la vocación de los maestros, de los profesores, de todos los docentes. En la Eucaristía celebrada al profesorado de la Inmaculada, quise ofrecerles estos mensajes, desde la orilla de la fe y al hilo de las enseñanzas evangélicas. Porque, a fin de cuentas, nuestro problema no es tener problemas, sino no tener fuerzas para enfrentarnos a ellos. En Dios, Padre de ternuras y bondades, todo lo encontramos para vivir felices. H