Diario Córdoba

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Marcos Santiago Cortés

Abogados, al contrario

No hay conocimiento más certero que la referencia de la experiencia. Eso es así. Cuando sales de la carrera de abogado, estás pegado. Vamos, que el caballo se ve andando. Todo esto lo digo porque los abogados siempre presumimos e incluso nos recreamos de ser una de las principales garantías del sistema judicial porque hacemos efectivo el bellísimo y humanitario concepto de presunción de inocencia, tan fundamental en el sistema democrático porque impide la práctica de la arbitrariedad en el sistema judicial. Pero la mayoría de las veces los abogados nos creemos tanto este papel que, reitero, a veces, incluso pensamos que existe toda una conspiración planetaria contra nuestro cliente, ese presunto inocente, aun cuando sabemos que, en muchas, demasiadas ocasiones, no deja de ser un culpable que ha salido bien parado por la pericia de un buen abogado en introducir la duda que beneficia al reo. Tanto amamos la presunción de inocencia que identificamos a la duda como sinónimo, no ya de absolución, sino de inocencia. Pero ello no es así. El que la duda beneficie al reo es un mal menor que hay que establecer para hacer efectiva la dignidad de la democracia porque, como dice el viejo axioma, en un sistema penal democrático vale más la libertad de un culpable que la condena de un inocente. Sin embargo, a los defensores cotidianos que un día sí y el otro también estamos defendiendo detenidos en el Juzgado de Guardia, fascinados por el derecho constitucional a una defensa justa, obviamos, como si fuéramos insensibles máquinas, lo mal que lo están pasando las víctimas de los delitos; porque cuando pasamos por su lado camino del juzgado de guardia bien parecemos personas sin sentimientos, con una frialdad que asusta. Pero vuelvo al principio del escrito: la experiencia te pone en tu sitio y te enseña lo que es la empatía. Y ello ocurre cuando una persona requiere tus servicios, no como abogado defensor, sino como acusador particular para acompañar al Ministerio Público en la empresa, una labor tan digna o más que la presunción de inocencia porque pocas cosas son tan socialmente satisfactorias como que el autor de un delito pague por ello. Y desde ese lado de la justicia, entonces te decepcionas viendo en el abogado defensor lo que a veces tú has hecho, y sientes vergüenza ajena. Y luego llega lo peor cuando sales del juzgado para hablar con la familia de la víctima, y ves el sufrimiento de sus caras por culpa, generalmente, de una persona que de repente irrumpió en sus vidas para que, por motivos de egoísmo, sadismo o atavismo, amargarles la vida. Quizá por esto (y por el hartazgo de soportar a los familiares de los autores, que eso es otra), todo abogado penalista termina harto de la profesión y por eso, seguramente, muchos de mis buenos y humanos compañeros se marcharon prematuramente de este mundo por un fallo cardíaco.

 ** Abogado

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