Diario Córdoba

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La clave

Olga Bernad

Que el diablo nos lleve

Es muy común oír generalizaciones del tipo «cuánto mal hay en nuestra sociedad», con su puntito alarmista y esa íntima satisfacción de autoexcluirnos de la maldad. El infierno son los otros, decía Sartre. Sin embargo, como puso de manifiesto Hannah Arendt en La banalización del mal, incluso los peores crímenes necesitan de la colaboración de los hombres «buenos». No es siempre necesario que haya un Hitler de por medio, pero es imprescindible que haya unos cuantos Eichman en Jerusalén que practiquen hacia sí mismos una indulgencia plenaria. «Yo no he hecho nada malo», «yo no quería problemas», «no estaba en mi mano» o «yo cumplía órdenes» son solo unas pocas versiones de la indecencia.

El acoso hacia los otros se convierte en grave no cuando hay un acosador, que desgraciadamente esas figuras son tan viejas como el mundo y las hay en la política, en el trabajo y en el patio de vecinos, sino cuando nadie alrededor mueve un dedo salvo para buscar excusas que alimenten su inacción. Reflexionaba sobre esa maldad pequeña y mezquina recordando una conversación que oí hace años por la calle entre dos chicos de acento extranjero: «Tenemos que contarlo para que se sepa». Su amigo le contestó con rabia y tristeza: «La gente lo sabe y le da igual». No sé de qué hablaban, pero se me clavó la rotundidad de su desesperanza.

Seguramente todos hemos podido ver, si hemos querido enterarnos, situaciones en las que alguien sufre injustamente, y no siempre hemos estado a la altura. Dicen que el diablo se esconde en lo baladí. Que él se nos lleve. Claro que ni siquiera eso es fácil. Algunos individuos se han vendido a él de muchas maneras y nunca han sido escuchados. Pero es que el diablo solo compra pureza, solo compra oro. No le hace falta pervertir lo ya pervertido ni pagar por el barro. Es malo, pero no tonto.

*Filóloga y escritora

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