El rector de la Universidad Loyola, Gabriel Pérez Alcalá bien podía habernos hablado aquella mañana en ‘Los Desayunos’ del Diario CÓRDOBA de la evolución de los mercados financieros, de la insostenible deuda pública, de los requisitos para la competitividad o del futuro de nuestro sistema de pensiones, entre muchos otros temas desde su enorme cualificación y docto conocimiento. Pero aquella ponencia era un tanto atrevida y, si me permiten, algo incómoda a las puertas de unas elecciones, porque nos convocaba bajo el título de la pobreza tras la pandemia.
Sus aportaciones se fueron convirtiendo en ocho portadas desgarradoras, a las que puso nombre y apellidos de personas con rostro y con historias reales. Eso sí, con un epílogo de esperanza. El primer titular es que la pobreza existe en Córdoba. En apenas 5 kilómetros cuadrados conviven barrios con una renta media tan alta como en Alemania frente a quienes lo hacen con la renta de subsistencia de Ghana. De los 15 barrios más pobres de Europa, 12 se encuentran en España y 5 están en Córdoba. La pobreza, como segundo titular, lleva a la marginación, a la privación de derechos, a la infraciudadanía, a una carencia de habilidades y destrezas que lastra el desarrollo de la persona y merma su autoestima y dignidad. Y aún siendo una realidad pluricausal, la falta de trabajo se sitúa en una de las piedras angulares de esta situación. Si la tasa de paro en España es del 13,65% frente a la media del 7% de Europa, tenemos barrios en nuestra ciudad con un desempleo del 30% sobre la población activa. La pobreza, en tercer lugar, es un círculo vicioso que se perpetúa, y del que resulta muy difícil salir. Quien nace hoy en uno de esos 5 barrios cordobeses que todos conocen, parte ya con un 40% más de posibilidades de vivir como pobre el resto de sus días, y un 10% más de caer en adicciones, y un 30% más de sufrir violencia, y un 25% más de pasar por la cárcel. Por eso la pobreza, como las herencias, se transmite intergeneracionalmente, pero a diferencia de aquéllas, no se aceptan a beneficio de inventario sino con todo el pasivo al completo.
El profesor de Economía, experto en distribución de la renta, el mercado de trabajo y los efectos distributivos de las políticas públicas, denunció que esa situación de pobreza es la constatación de un fracaso social tras 40 años de democracia, que ha mirado y tratado esta realidad, gastando muchos recursos, pero sin un abordaje selectivo de los mismos e integral en los tratamientos. La pandemia aumentó la desigualdad, la brecha digital y el abandono escolar. Con un crecimiento de la usura del 20%, los pobres se hicieron más pobres aún.
La pobreza se reduce si se visibiliza, si se pone sobre la mesa. En 2010, que fue declarado su año internacional europeo, desde la Defensoría Ciudadana de Diputación se constituyeron mesas de trabajo con los colectivos sociales, se organizaron jornadas y se realizó un estudio monográfico de la pobreza en Córdoba. Que no solamente recogía los indicadores de renta por municipios y barrios, por edades o sexos, sino las ratios de asistencia sanitaria, hospitalaria y centros residenciales, media el fracaso escolar por territorios, los niveles de empleo, el impacto de las minorías y recogía la voz de los colectivos con propuestas de mejora. Ahora, bien junto al anuario económico que tanto éxito y consolidación tiene, también se podría realizar un anuario social que nos sirviera para analizar y proponer alternativas que mejorasen nuestra situación. La última lección del rector es que la pobreza no es un virus incurable, sino que con voluntad tiene tratamiento y solución. Más allá de las ideologías y de la tecnociencia, tiene soluciones particulares a situaciones individualizadas, desde el papel innegable del urbanismo que ha condenado a barrios y polígonos en nuestra ciudad, a cambios de ratios educativos, a la integración de los servicios sociosanitarios, a una mejor comunicación que estigmatice menos, con un empujón desde el empleo y la iniciativa social. Muchas tareas para el próximo el curso y los responsables públicos.
