Diario Córdoba

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Mercedes Barona

con permiso de mi padre

Mercedes Barona

Más veranos por favor

Siempre que empieza el calor llega también el debate entre los partidarios del frío y quienes prefieren el verano, en ese tomar parte en todo que tanto nos va a los españoles.

Hay quien sostiene que la nostalgia vive en el otoño, pero para mí habita en los veranos infinitos de mi infancia, en la niña que fui y que a veces me mira sonriendo desde la esquina del espejo.

Una de tantas cosas maravillosas de ser de familia numerosa es haber compartido una manera de vivir y conservar unos recuerdos comunes que nos sujetan y nos complementan, veranos siempre en compañía de hermanos y primos, con abuelos, tíos y amistades que iban y venían.

Quien no ha pasado veranos en el campo no sabe de los tomates creciendo por días, de las rodillas raspadas, del olor de las higueras o del agua helada del río al que bajabas a bañarte a cargo de los mayores, que pensándolo ahora no tenían más de 15 años y arrastraban a toda la tropa entre risas y algunas peleas. Los aspersores que siempre había que ir a abrir o a cerrar, los bocadillos de tortilla, la carta que llegaba quince días tarde de parte de una amiga que te echaba de menos.

Además, los veranos tienen que tener perros, siempre, para ser completos. Y si hay un burro ya no necesitas mucho más. Los atardeceres recogiendo moras o aprendiendo a hacer ganchillo en la puerta de casa con Petra y Gloria, pacientes, cariñosas y calladas viendo pasar otra generación.

La siesta, que en la infancia es castigo sudando a oscuras y contando mentalmente unas horas que se alargaban inmisericordes, y que en realidad era el tiempo que los adultos empleaban en descansar de nosotros y tenernos un poco callados. En mi casa siempre había una mesa larga con tertulias que se prolongaban casi hasta la hora de la merienda, en las que podías participar cuando eras adolescente y no había móviles que te impidiesen el contacto humano. Aprendías de dónde venías, quién era la señora que miraba desde la foto del dormitorio de arriba o cómo se conocieron tus abuelos. No sé si la vida era más sencilla entonces, pero sin duda era perfecta.

Hubo también veranos de playa, paella, olas y refrescos a pie del mar, pero supongo que cada cual escoge ese escenario donde fue más uno mismo, y el mío siempre fue de interior.

Entregarse a la nostalgia cada cierto tiempo es una manera de revivir la felicidad, de extender la memoria al presente, pero he decidido que voy a vivirme este verano construyendo nuevos recuerdos de los que disfrutar cuando sea una viejecita, como maceta puesta al sol. Y sí: también entonces hará mucho calor.

*Periodista

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