Diario Córdoba

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Miguel Ranchal

Las sobras

El desperdicio se ha convertido en la palabra maldita, la cabeza de turco de esta sociedad de consumo

La enumeración memorística que hacíamos de las preposiciones guardaba semejanza con los tempos de una obra musical. Las primeras (a, ante, bajo) se investían de la lentitud de un adagio, para concluir con el carácter ‘prestíssimo’ de las últimas (so, sobre, tras) semejando el redoble de los platillos de una sinfonía romántica. La proposición ‘sobre’ es rotunda y avisa de la ambivalencia de la abundancia. Esa acepción de dominio y superioridad entronca con los días de vino y rosas de salutación de la jerarquía y el esfuerzo. Era el tiempo en el que se honraba la etimología del sobresaliente, sin entrar en las perversiones semánticas del elitismo que encumbraban y también hacían envidiar al empollón. Aunque también es verdad que en el argot taurino el sobresaliente tenía una versión si acaso más abnegada, llamada a denominar al diestro que sustituía al primer espada.

La preposición ‘sobre’ tiene una raíz cuasi común con el verbo ‘sobrar’, cual si superar es lo superior pasado de ralentí. Si el prefijo ‘sobre’ activa las fanfarrias de lo excelso, ‘sobrar’ es la caída en desgracia de la opulencia y la escenificación del ostracismo. Ahora el Gobierno intenta articular este juego de palabras, por un lado, raseando los sobresalientes y escondiendo las mejores notas en eufemismos igualitarios; por otro, santificando la utilidad de lo sobrante. El Consejo de Ministros ha aprobado el proyecto de Ley de Prevención de las Pérdidas y el Desperdicio Alimentario. La Agenda 2030 de Desarrollo Sostenible es un ‘dejà vu’ de la posguerra, reivindicando a Carpanta como santo y seña del reventar antes que sobre, cuando el hambre hilaba telarañas en el estómago. El desperdicio se ha convertido en la palabra maldita, la cabeza de turco de esta sociedad de consumo. Desperdiciar va a ser la nueva puerta de la delación, la calibración de la conciencia crítica en un planeta cuya biodiversidad no está para muchos trotes.

La redacción de esta normativa obligará a los servicios de restauración a que puedas llevarte la comida que no has consumido. Es la desregulación del sonrojo cuando antes excusabas en el perrito la media ración que te embolsaban para llevar. Y por conducto oficial se convertirá en profeta a Samantha Vallejo-Nágera, al hacer preceptivo destinar al banco de alimentos los productos sobrantes. Las cadenas alimentarias deberán ofrecer en sus expositores los patitos feos, frutas o verduras que ha perdido su estética de Photoshop, dignificando los productos perecederos. Con todo, igual que un entramado de novela negra, el gran problema está en el hogar. Durante el año 2020, los hogares españoles tiraron a la basura 1.364 millones de kilos/litros de alimentos, una media de 31 kilos/litros por persona, con un pérdida de 250 euros por habitante. Por vía legislativa se va a penalizar la pedagogía de comer por los ojos, montando una cruzada contra tanto componente orgánico de la basura. Antes de que sea demasiado tarde se intenta recuperar la imaginería de la gran depresión, con el oráculo de asociar este pan con este queso.

Necesariamente, ello viene a significar una reivindicación de las sobras, los más lujosos de los alimentos peyorativos; el sesteo postrero de las lumbres tras las grandes comilonas; la aplicación milenaria en las cocinas del principio elemental de la energía, y más cuando, con vacas flacas y un futuro poco halagüeño, todo se transforma.

*Licenciado en Derecho. Graduado en Ciencias Ambientales. Escritor

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