Diario Córdoba

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EL TRIÁNGULO

Carmen Lumbierres

Pobre, pero honrada

En el debate sobre la abolición de la prostitución, se pone más el ojo sobre la prostituta que sobre los proxenetas entre los que se reparte el pastel de los cinco millones de euros de ganancia al día, según los datos de la Fiscalía, o sobre los usuarios de carne ajena a la que previamente has deshumanizado. Si no es difícil comprender que estás saciando tus impulsos sexuales, con una probabilidad de entre el 90 y 95 por ciento, contra una mujer víctima de trata o de explotación, que vive en unas condiciones de semiesclavitud, porque el libre albedrío tiene mucho que ver con la posibilidad real y material de elegir.

¿De qué libertad hablan cuando reclaman los defensores de la regulación la capacidad de la mujer para elegir? El ejercicio de la libertad en sí es una potencia que, en el caso de encontrarte en la miseria, en situación administrativa irregular en un país que no es el tuyo, sola, con cargas familiares y la convicción de tener que seguir sobreviviendo se ve ligeramente mermada. Médicos del Mundo asemeja las consecuencias del ejercicio de la prostitución para la salud mental a las personas sometidas a torturas, y nadie osaría hablar de la posibilidad de elección de esas víctimas.

La prostitución es una salida a la pobreza, no veo la querencia en una joven millonaria a ofrecer su cuerpo para veinte penetraciones diarias y demás usos sexuales a cambio de dinero. Es una cuestión de necesidad y de abuso de esa situación de desvalimiento por el entramado delictivo que aglutina a los empresarios y comisionistas del sexo, de las otras, claro, no del suyo. Aún teniendo bien claro estos principios, el problema de la regulación de la abolición no es cómo rescatar a estas 45.000 mujeres víctimas del sometimiento y la alegalidad, sino cómo se pone freno es esta tendencia española de ir de putas. Uno de cada tres hombres ha ido en algún momento de su vida. No ha habido ferias internacionales, congresos o celebraciones que no hayan terminado llenando los burdeles con una naturalidad que teníamos tan interiorizada como que en algunos hoteles de convenciones te lo ofrecían al llevarte a la habitación. Esa riada humana que puebla los locales de La Jonquera, y que descarga sobre el cuerpo y el alma de las prostitutas sus impulsos de dominación, control y de poder con los que te crees con derecho por tus cincuenta euros, ¿eso cómo lo paramos? ¿Cómo reparamos la normalización de un suceso que se da antes de ir a misa de 12, al vermú o para descargar al final de un día? ¿Cómo conseguimos que los puteros no solo vean putas sino a personas?

** Politóloga

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