Diario Córdoba

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Joaquín Pérez Azaustre (Julio 2023)

ELECCIONES 19J

Joaquín Pérez Azaústre

La noche electoral

Me gusta esa fiebre y su competitividad, esa vivencia colectiva

La escritura es un acto de suprema individualidad. No puedes asumirla si no eres dueño antes de tu propio silencio, o del ruido de fondo con tu sucesión de pensamientos. Imágenes, fortuna: causalidad de estar y de escribir imponiendo tu tiempo y tu mirada a una realidad que late fuera. Salirte de la vida para estar en la vida, para poder tocarla con más fuerza. Por eso algunos actos de tensión colectiva, de ilusión o de comunidad, no solo me compensan por tantas horas de individualismo al escribir, sino que me estimulan. Me sacan de mi cueva y me hacen compartir de otra manera, me hacen reconocerme en un entorno que también me asume, que me contempla, como una línea más o una palabra de su propia escritura. Si la vida es una gran novela en marcha --algo así como ‘La Comedia humana’ de Balzac--, es hermoso sentirte parte de un capítulo y contemplar también a todos los demás actores de la saga: a los principales, a los secundarios y hasta al apuntador, porque esa comedia late rabiosamente ahí. Por eso, entre otras causas, me gusta ir a votar.

Más allá de la construcción de un presente y un futuro colectivos, o de los lugares comunes que pueden aducirse sobre el voto y su representación, la conquista de hacerlo libremente, su sentido útil o el hartazgo que también podemos admitir ante los rostros de las banderolas electorales, me gustan los días de elecciones. Me gusta esa fiebre y su competitividad. Me gustan las encuestas, las intenciones de voto, las predicciones, los pulsos subterráneos, las especulaciones sobre todas las posibles alianzas. Me gustan esos auges y todas las caídas, me gustan las euforias victoriosas y me encantan, me parecen espectaculares, las sedes fantasmales de los partidos, abandonadas si sus formaciones han perdido estrepitosamente, con los grandes salones ya vacíos y los carteles del candidato aún radiante sobre las paredes, con algún globo perdido al final del pasillo, viviendo su sencillo fin de fiesta, mientras un periodista nos dice desde allí que ya se han ido todos. Si además sigue sonando el hilo musical de la campaña, la sensación decadente es ya total. Y como todo eso también es la política, y todo eso es la vida, y somos desolación, y auge y caída, y somos el triunfo, derrota y decadencia, siempre sigo la noche electoral.

Creo que en esa imagen de ir todos a un sitio a hacer todos lo mismo, a elegir una papeleta y meterla dentro de una urna, hay una metáfora tangible de la propia vida en democracia. Necesitamos salir relativamente de la individualidad para ir templando una construcción colectiva. Necesitamos, de vez en cuando, formar una fila en el colegio electoral y sentirnos parte de algo, de ese espacio común para una vida pacífica. Por eso sigo pensando que la moderación es la mayor conquista de todas las que quedan por hacer --y que hace falta, infinitamente, mucha más inteligencia, templanza y talento para ser mesurado, y tejer alianzas, que para romper todos los moldes con los que convivir--, y que en un espacio de centralidad podemos caber todos. Porque vivir es exigir, pero no solo. En muchas ocasiones, ceder es crecer. Ese equilibrio. Por eso no simpatizo con maneras que solo buscan reventarlo todo. En estas elecciones andaluzas ningún otro partido las está encarnando tanto como Vox: romper el escenario, reventar sus costuras. Especialmente, con esa manía persecutoria y un poco patológica con los menores no acompañados, que ignora nuestro pasado inmigrante y ofrece más argumentos a quienes les acusan de racistas: los criminalizados «menas», que son hijos sin padres y sin madres.

Vi a Macarena Olona en el debate solamente pendiente de su reyerta verbal, ajena a las elecciones y totalmente alejada de cualquier Andalucía. Esta tierra no es eso, con sus capas unidas de credos en el tiempo, mestizajes, cultura y luz. Y desde la suprema individualidad del odio nunca se tejió ninguna buena historia.

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