Diario Córdoba

Diario Córdoba

Rosa Luque

ENTRE VISILLOS

Rosa Luque

Los años fértiles

Un premio y nuevas pinturas devuelven a la actualidad a Mariano Aguayo

Tiene 90 años, varios sustos gordos de salud a sus espaldas de los ha sabido salir más o menos airoso y una pasión infinita por la vida, aunque sin demostrarlo demasiado para no tentar a la suerte. Como no quiere rendirse a la edad ni perder el paso, Mariano Aguayo sigue aferrado a sus rutinas más placenteras, que, ahora y siempre, para este caballero andaluz de fina estampa se traducen en vivir bien y despacito –como el título de uno de sus libros--, saborear sin atracones los deleites de la montería y el campo y, sin ya apenas acudir a actos sociales, ponerse cada mañana delante del lienzo en la soledad de su estudio, siempre tan ordenado y alegre como él mismo. Mariano Aguayo acaba de recibir un nuevo premio, el de Arte y Cultura del Real Club de Monteros, por ser el escritor que más y mejor ha divulgado esta modalidad de caza. Es un galardón que él acepta, como los anteriores, agradecido y con ganas de pasar a otra cosa, una distinción que viene a unirse a otras muchas cosechadas tanto por su afición a llevar a la pintura, el grabado y la escultura serenas escenas cinegéticas como por su larga trayectoria como articulista de prensa, desarrollada sobre todo en este periódico y en la revista ‘Trofeo’, y por su veintena de libros, entre ellos cuatro novelas inscritas por derecho en la mejor narrativa cordobesa.

Hará una década, un ictus le dejó noqueada el habla –de lo que poco a poco se va reponiendo-- y sobre todo la expresión escrita, por lo que quedó en silencio el gran escritor que era. Pero a cambio le fue dada la posibilidad, casi el milagro, de reinventarse como pintor a los 80 años. Y como hombre libre y seriamente juguetón que ha hecho siempre lo que le pedía el cuerpo, Aguayo de pronto decidió dejar de pintar rehalas y paisajes de su amada sierra cordobesa --siendo un referente nacional en pintura animalista y con un público incondicional que le quitaba los cuadros de las manos-- para cambiar por completo de tercio. A partir de entonces sustituyó los tipos y escenas del monte por toros, toreros y aficionados a la Fiesta que, en un derroche de color y felicidad cercana a lo naif, ponen un toque animado, hasta divertido a veces, donde otros se desangran en dramatismo taurómaco. Así pudo apreciarse en la exposición que con gran éxito presentó en la galería Carmen del Campo no mucho antes de que esta sala, una de las pocas que sobrevivían en la ciudad, echara el cerrojazo definitivo. En aquella ocasión de finales de 2013, este aristócrata del pincel --y de todo lo demás, aunque ha llevado su noble cuna con digna discreción muy cordobesa-- sorprendió no solo con un cambio de tema, sino de estilo. Emergía un artista de mente y pincelada sueltas que desplegaba formas y fórmulas con las que volvía a nacer.

Era, en suma, un nuevo Mariano Aguayo que en realidad volvía al origen. Aunque pocos recordaran ya aquella primera época suya en los años sesenta del pasado siglo, cuando prometía como artista de vanguardia en una Córdoba que no quería perderse nada (en lo artístico se entiende, que en lo demás seguía en su universo de pueblo). Pero no le gustó el ambiente y, según ha contado alguna vez, le cansaban los codazos por ver quién epataba más con su originalidad plástica. Así que, empeñado en no amargarse tontamente la existencia, aparcó el arte y se entretuvo en dirigir un banco. Hasta que en los ochenta un infarto lo recondujo hacia «lo que le divertía», que era volver a pintar ajeno a corrientes y crítica y echarse en brazos de la literatura, que rondaba sus sueños desde joven. Gracias a ello dejó fijada, hasta en el vocabulario, una Córdoba que se extingue. Y que todavía a los 90 años sigue pintando, con nuevos aires, en alegres colorines.

Compartir el artículo

stats