Diario Córdoba

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Miguel Ranchal

Las ciudades invisibles

La democracia de las nomenclaturas no garantiza el acierto

Sin desmerecer sus indudables méritos artísticos, la concesión del Nobel de literatura a Bob Dylan fue cuando menos controvertida. Al margen de cierta exhibición de esnobismo por parte de la Academia Sueca, la letra de algunas de las canciones del autor de ‘Blowing in the wind’ no estaría a la altura del rasero para formular esta candidatura. Ahí está el despliegue cuasi del Génesis en la que Dylan --con un marchamo de Barrio Sésamo-- apostilla que, en un principio Dios le puso nombre a todos los animales.

Sin embargo, no es tal la simpleza de los nombres. Aparte de que Óscar Wilde ya subrayase la importancia de llamarse Ernesto, quizá no tanto el tamaño, pero desde luego el nombre sí que importa. Como muestra, la gran polémica que puede hacer zozobrar un ilusionante proceso da agrupación municipal. Tras la iniciativa emprendida por los municipios de Don Benito y Villanueva de la Serena para fusionarse, en un referéndum que contó con la aprobación de ambas ciudadanías, puede irse al traste esta nueva población que sería la tercera de Extremadura. No han gustado las propuestas del Comité de expertos y los dos topónimos finalistas --Concordia del Guadiana y Mestas del Guadiana-- ni siquiera fueron el sueño de una noche de verano. Casi ha faltado correr a gorrazos a los estetas de esa creación. Y esta es una agitación muy dieciochesca, cual si hubiese aflorado una especie de bonancible despotismo ilustrado y las rabias de los parroquianos los acercasen al motín de Esquilache.

Personalmente, no veía cacofónicas las propuestas presentadas. Claro está que bautizar fusionados municipios no es lo mismo que acertar con el nombre comercial de un vino o de un nuevo todocamino. Está la vivencia y el arraigo, así como toda herencia cultural que se despoja de la asepsia del vocablo. Si a los literatos nos encomendasen llenar los mapas con poblaciones de Nueva Planta, posiblemente nos decantaríamos por llenar los mapas con la esteta de las Mestas antes que por una retahíla de Villanuevas. Además, la democracia de las nomenclaturas no garantiza el acierto, advirtiéndose al respecto que los gustos son muy cambiantes. El último ejemplo es que a la representante española en Eurovisión casi la tratamos como una Magdalena --yo también pude lanzarle la primera piedra--. Y después de la actuación en Turín, hablamos de Chanelazo.

Tampoco la denominación municipal puede tratarse como el auge y caída del gotelé. El arraigo debe estar por encima de las modas. Al igual que el entuerto de la fusión extremeña no puede enfocarse como un plebiscito naif, cual si se tratase de que los niños le pusieran el nombre a la hipopótama del zoológico. Quizá a los alcaldes de Villanueva de la Serena y Don Benito se les ha ido de las manos el éxito de la fusión. Las buenas intenciones de un topónimo virgen han podido interpretarse como una sobre actuación, cual si la ciudad X irrumpiese en la Tierra Media o en la guía de las Ciudades Invisibles de Italo Calvino. Tal vez la mejor forma de bajar la tensión sería empatizar con la viga propia en lugar de apostrofar con el ojo ajeno. ¿Estaríamos dispuestos a renunciar a Córdoba como topónimo si la ficción geográfica hubiese permitido una megaurbe con Sevilla? ¿Dejaríamos atrás España para denominar un nuevo Estado resultante de la fusión ibérica? Creo que sí, como que Tanzania antes era Tanganica y Zanzíbar. Las palabras lo son todo, incluso la capacidad de construir el futuro engarzando todo el potencial de los recuerdos.

*Licenciado en Derecho. Graduado en Ciencias Ambientales. Escritor

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