Diario Córdoba

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manolo fernández

FORO ROMANO

Manuel Fernández

La conquista de los sueños

«Las campanas de duelo de la iglesia de La Trinidad sí que me transportan de manera inmediata a otro tiempo»

Turistas y cordobeses degustan una tortilla en los muros de la Mezquita-Catedral. A.J. GONZÁLEZ

El Arenal está muy bien para mayo, cuando la Feria nos concentra junto a las aguas del Guadalquivir. Pero a junio hay que hablarle de otra cosa. De mar y vacaciones por ejemplo. Y de descanso mental de tanta obligación seguida de fiesta. Sin pretenderlo me vine para el centro, donde las conferencias y exposiciones llenan el alma de otra alegría, la que casi seguro le importa un bledo a Francisco y a Terelu, a la que le puso los cuernos con su amiga Lara hace unos días, según comentan estas jovenzuelas que pasan a mi lado por la zona de Ciudad Jardín de antiguas casas de militares. Cajasol es ahora –mutatis mutandis- lo que en su día fue Cajasur, ambos en Ronda de los Tejares, donde la Real Academia deja trazos de su ciencia, lo mismo que hacen el historiador Manuel García Parody al hablar de crisis y abastecimiento de la ciudad, o mi amigo Paco Aguayo Egido, que recuerda cómo veían Córdoba los viajeros franceses. Pero sobre todo es la conquista de los sueños de Dalí, Picasso y Miró la que te hace descansar la mente de tantas verbenas, citas necesarias pero también agobiantes. Introducirte en pleno centro, a veces cargado, de la ciudad en el surrealismo de estos tres artistas que pintaron sus sueños es un despertar de la mente que aprecia que la belleza y el arte son componentes del ser humano, que busca la vida también en lo sublime, donde los conceptos adquieren una notoriedad a veces incomprensible en estos tiempos de trending topic y de discutidos contenidos de las redes sociales, que a cada momento le están dando al botón de me gusta o felicitando por su cumpleaños a quien Facebook sugiere-ordena.

Las campanas de duelo de la iglesia de La Trinidad sí que me transportan de manera inmediata a otro tiempo, a aquel en el que conocí a Joaquín Fayos, que perteneció a los consejos de administración de los periódicos La Voz y el Diario CÓRDOBA, cuando la profesión de periodistas servía también para vender periódicos, lo que nos garantizaba cierta rentabilidad y un sueldo decente. Joaquín, que era de Alianza Popular (lo que ahora sería el PP), tenía muchos sueños de igualdad y un espacio en su casa, casi frente a la iglesia de La Trinidad, por donde antes tenía la sede el Córdoba CF, a donde acudíamos a comer y hablar gentes de todas las ideas de Córdoba.

Precisamente todavía luzco en mi casa de Villaralto el trofeo-insignia que me concedió su asociación Córdoba 2000 el mismo año en que también fue premiado José Aumente y Pepe Villegas fue jurado. Un año de aquellos me citó el que luego sería el máximo mandatario de la derecha, sucesor de Manuel Fraga, de Alianza Popular, entre 1987 y 1989, Antonio Hernández Mancha, que también vivía cerca de La Trinidad, para preguntarme por Joaquín Fayos, en aquel momento diputado en el Congreso.

El encuentro lo celebramos en el entonces sancta sanctorum de la gastronomía andaluza, El Caballo Rojo, el restaurante de José García Marín, que atrajo a jeques árabes que venían a la Mezquita y a todo el franquismo que iba de caza por esos andurriales de cotos reservados. Eran aquellos tiempos en que nadie, ni creyentes, ni obispos, ni agnósticos, ponía en duda que la Mezquita fuera el corazón de Córdoba, en cuyos alrededores surgía también una gastronomía que ya apuntaba a la globalidad, como los boquerones en vinagre de la taberna Mezquita, que abrió en 1888, cerró a finales de los años 90 del pasado siglo y servía sus platos el tabernero Rafael Moyano Criado, algo ‘esaborío’; o la tortilla de patatas de Santos, a cuyo establecimiento comenzaron a llegar turistas de todos los mundos, que apreciaron el sabor sin fronteras que servía desde su mostrador este tabernero, que a sus 94 años merecería un homenaje oficial por haber abierto, junto a su mujer, la cocina de Córdoba al mundo. Una ilusión hecha realidad, como cuando Dalí, Picasso y Miró conquistaron sus sueños surrealistas.

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