Diario Córdoba

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Jose Manuel CuencaToribio

Historia en el tiempo

José Manuel Cuenca Toribio

La vigencia de un libro

Publicado en 1942, aquistó desde el primer momento la categoría de clásico

Acaba de aparecer en Madrid, editado por Tecnos, un clásico de la ciencia política o mejor de la politología, ya que en esta materia el canon verdaderamente científico, esto es, apodíctico o semiapodíctico es de muy difícil encaje, un libro que desde su salida al público en 1942 aquistó la categoría de clásico. Pues, en efecto, ‘El Poder. Los genios invisibles de la ciudad’, obra semipóstuma de su prolífico autor, el italiano Guglielmo Ferrero (1871-1942), es un texto colmado de saberes y reflexiones sobre una cuestión capital en la vida de las sociedades y de los hombres y mujeres que desde el inicio de los tiempos vieron, ven y verán su realización individual y colectiva bajo la sombra de sus muy variadas dimensiones. En los comienzos de la historia de Occidente fue indudablemente Roma, la Urbs de Tito Livio y sus continuadores latinos, el Estado que con mayor proyección y propiedad contribuyó a la gestación y modulación de los atributos de un Poder cuya esencia y principales líneas de configuración quedaron plasmadas en la experiencia política plurisecular del ancho mundo regido desde la Ciudad Eterna.

De ahí que con toda lógica Ferrero diera paso a la investigación en la que consumiese las mejores energías de su privilegiada minerva con el muy pronto libro convertido en «clásico» ‘Grandeza y decadencia de Roma’, fruitivo e imantador todavía después de algo más de un siglo de su salida al público, el mismo año justamente de la muerte del insigne entre los insignes de los mayores estudiosos de la historia de Roma, el sabio germano, el gran Theodor Mommsen (1817-1903). Según se recordará, frente a la trascendencia concedida por este a la figura de César como verdadero forjador de la identidad genuina de la «romanidad», célula básica del concepto de soberanía sobre el que se alzara todo la grandiosa arquitectura que arquitrabara su acción y legado políticos, Ferrero atribuyó fundamentalmente a Augusto (63 a.C.-14 d.C.) dicho papel, que no es otro que la legitimidad del Poder.

Sorpresa entre las sorpresas de la historia del pensamiento y, más concretamente, de la Teoría Política, la constituye el escaso, casi nulo cultivo que el gran tema, quintaesenciado en la zozobrante interrogación de por qué unos mandan y otros obedecen, apenas si ha tenido a lo largo de la aventura humana teorizadores destacados hasta llegar a la edad contemporánea cuando, desde sus mismos orígenes, la cuestión revistió caracteres de urgencia. Coetáneo y víctima primeriza del régimen mussolinista, sería Ferrero, junto con su colega germano Max Weber (1864-1920), el analista por antonomasia del Poder que, antes que fuerza o coacción, es asentamiento racional y obediencia voluntaria, tutelados desde siempre por «los Genios invisibles de la ciudad», a los que corresponde su pureza y mantenimiento. Conforme a la muy autorizada opinión del politólogo italiano, expresada tras décadas de obsesivo y extenuante estudio una vez sobrevenido el fascismo, la paternidad de los cuatro principios de legitimidad de las sociedades democráticas de las dos últimas centurias ha de otorgarse a Talleyrand (1754-1838), el cual en sus ‘Memorias’ los explicitase escueta pero buidamente.

*Catedrático 

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