Diario Córdoba

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Juan Tallón

PARECE UNA TONTERÍA

Juan Tallón

Porquería de días

Los grandes problemas cada vez lo son más, así que cuando enfrentas uno pequeño estás obligado a disfrutarlo, qué menos. El día que pasa, no veo mal que alguien se ahogue en un vaso de agua, por ejemplo. Por supuesto, todos soñamos con tener una gran vida, mezcla de aventura, placer e inteligencia, y libre de malas noticias que la afeen. Pero pronto descubrimos que se trata de una aspiración desmedida, y en lugar de darnos una vida padre todo el tiempo nos contentamos con tener de vez en cuando un buen día o una noche aceptable, incluso diez minutos decentes, sin que se rompa algo, ni que te llamen del colegio, o sin pisar una caca.

Digo esto porque tengo hormigas en casa, y al principio estaba dispuesto a creer que cualquier gran conflicto empieza así: primero una hormiga, o una mosca, o un elefante, y después algo más grande, y un día una multa, un entierro en la familia, una guerra. Había visto un par de películas horripilantes sobre hormigas en las que había muertos a decenas, pero eran eso, películas. Hace unos días advertí que una de ellas avanzaba por el brazo del sofá. No me gusta matar a nadie, así que la catapulté con los dedos, apartándola de mi vista con un golpe seco, pero no letal.

No debí perdonarle la vida, porque partió a buscar a sus amigas. Quién sabe qué mierda les metió en la cabeza. A las veinticuatro horas se produjo el ataque. Hileras perfectas de hormigas recorrían el piso bajo un orden disciplinadísimo. No me desquiciaron tanto los bichitos en sí como su colocación, la armonía. Qué hijas de puta. Busqué algún producto corrosivo debajo del fregadero.

Solo encontré un abrillantador de muebles. No las maté, pero al menos rompieron filas. Mi bienestar fue inmediato. Sinceramente, me parece que volverán. Entretanto, disfruto de ese miedo.

En los años ochenta, Julio Cortázar y Carol Dunlop chocaron también con sus propias hormigas.

Ocurrió durante unas vacaciones en su Volkswagen Combi, llamado Fafner, a lo largo de la autopista entre París y Marsella. La pareja había planeado detenerse en cada uno de los 65 apeaderos de esa vía y vivir una aventura precaria. De aquello salió ‘Los autonautas de la cosmopista’, un libro en el que el escritor argentino cuenta que todo transcurre «sin aviesas emboscadas, trampas leales, ingresos inoportunos de leopardos, serpientes u otras muchas calamidades». A lo más, hay hormigas, admite. «A nadie aprecio más que a una hormiga, insecto paradigmáticamente laborioso», si bien el problema es que «como los nazis y los fanáticos del rock’n roll, las hormigas no vienen nunca solas sino en avasalladoras multitudes».

Vivir exige cierta levedad, calma y cada poco tiempo un disgusto que te devuelva a la tierra. Ya lo proponía Monterroso: «Aunque el éxito es siempre evitable, procura obtener un buen fracaso de vez en cuando para que tus amigos se entristezcan». No hay que pensar que ya será mejor día mañana.

Dispones de un número limitado de días: no minusvalores los malos esperando que lleguen los buenos de verdad. Es más, ámalos.

 ** Escritor

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