Diario Córdoba

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Antonio Mialdea

Desde la periferia

Antonio J. Mialdea

El otro padre Luis

Era un ser humano conciliador, ecuménico, servidor de la Verdad y nunca poseedor de la misma

Ya escribió hace unos días José Manuel Ballesteros Pastor, y excelentemente, sobre el reciente fallecimiento del carmelita descalzo cordobés P. Luis Aguilera, prior durante algunos años del convento de Las Ermitas de nuestra ciudad, cargo que simultaneó con su labor docente en el colegio Virgen del Carmen. Decía Ballesteros Pastor que el padre Luis le enseñó a comprender el sufrimiento humano. Desde luego, a la ciencia le ha acompañado la experiencia. Me cuenta Fernando, quien pudo estar con él unas horas antes de dejar este espacio y tiempo, que la mirada de Luis era la misma de siempre pero distinta, casi como ese oxímoron que somos los seres humanos, esa permanente contradicción que nos define y que, sin duda, permite que sigamos en evolución. La mirada del Padre Luis era la de la dulzura y profundidad de siempre pero también la del sufrimiento y la del dolor humano, el sufrimiento para el que todo lenguaje ya es vano pero que no dejar de ser y de pertenecer a la condición de la mismidad de ser humanos. Podríamos decir que el sufrimiento ya genera su propio lenguaje para el que no estamos preparados la mayoría de los receptores, no digo para generarlo, que se genera queramos o no, sino más bien para comprenderlo.

Uno de esos momentos de sufrimiento por los que sé que pasó Luis y que muy pocas personas conocen tuvo lugar hace ya algunos años cuando fue llamado al «orden» por el obispo de nuestra ciudad, Demetrio Fernández, quien no hacía mucho había sido nombrado por el papa emérito Benedicto XVI. Les resumo la historia. Recuerdo perfectamente que fue una mañana del mes de marzo de hace una docena de años cuando recibo una llamada de Luis en la que me invita a participar en un encuentro de oración con unas características especiales. Nos íbamos a reunir personas de diferentes confesiones religiosas con una periodicidad mensual. No olvidemos nunca que nuestra ciudad ha sido y sigue siendo solar de tres grandes culturas sostenidas por las tres grandes religiones monoteístas: Judaísmo, Cristianismo e Islam. En ese encuentro para orar en comunión iban a estar presentes no sólo esas tres religiones sino también hinduistas, budistas y algunos que otros miembros de otras confesiones religiosas. Yo acepté enseguida aquella invitación. Me he formado teológicamente en un ambiente ecuménico en el que afortunadamente ya no tiene sentido aquel «extra ecclesiam nulla salus» que aún sigue siendo la bandera que enarbolan aquellos que se sienten propietarios de la fe, de la religión y hasta dueños de este Dios tan falseado que apenas tiene algo que ver con el evangelio. Por eso Luis, quien no se sentía en absoluto propietario de Dios sino simplemente un instrumento que lo transparentaba nos contagió a todos la Esperanza de un Dios diferente, de un Dios común, de un Dios que sólo es posible en comunión. Aquella Esperanza se vio truncada por la llamada que recibió del obispo ordenándole que no volviese a convocar aquellas encuentros que podrían hacer peligrar la supremacía de la raza heteropatriarcal católica y apostólica. Aquello sumió a Luis durante bastante tiempo en una tristeza profunda. Se sintió absolutamente incomprendido por las autoridades eclesiásticas de su propia confesión religiosa pero, lejos de organizar una rebelión, supo obedecer aquel mandato porque Luis siempre decía que si él actuaba con amor, seguro que detrás estaba Dios sosteniéndole. Y así ha sido hasta que nos ha dejado. Me quedo, sin duda, con ese Luis, ser humano conciliador, ecuménico, servidor de la Verdad y nunca poseedor o propietario de la misma, con ese Luis que seguro que pudo decir como su madre Teresa de Jesús: «al fin muero, hija de la Iglesia».

*Profesor de Filosofía @AntonioJMialdea

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