Diario Córdoba

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Marisa Vadillo

LA CAFETERA DE ASPASIA

Marisa Vadillo

Quién maneja mi barca

Uno de los fenómenos más curiosos en las últimas semanas ha sido que, con todos los retos que tenemos como país o como Europa, el tema más recurrente en estos días haya sido el conocido como ‘Chanelazo’. Solo un país como España puede convertir una canción de ‘perreo’, por muy buena que sea, en una cuestión de identidad, aceptación o negación del orgullo nacional. Desde la pre-selección del candidato o candidata a representarnos, todo ha girado en torno al patriotismo, no en torno a la música o al espectáculo, que es --en realidad-- de lo que va ese certamen. Nada nuevo en el horizonte, en España somos así.

Sentirse español es algo que debe tener la importancia que cada uno considere pero, sea como sea, nunca debería ser un tema de división, ni de broma. Sin embargo, y por desgracia, el nacionalismo tiene ese poder radical y repugnante de separar a la gente.

Por ello, de todo el fenómeno de Chanel, su puesta en escena, su vestuario con guiños al toreo, su ‘marca España’, lo más desquiciante es pensar en la propia contaminación del nacionalismo. Podríamos pensar que, para los nacionalistas acérrimos, todo el nacionalismo patriótico es válido, pero no es así. Sólo creen en un tipo de nacionalismo, que es el que le sirve a justificar su ideario.

Pensemos, por ejemplo, en la propia Eurovisión. En 1983 enviamos a una de las candidatas más auténticas, españolas, culturalmente potentes y atrevidas que hemos enviado jamás. Ella es Remedios Amaya. Entonces, ningún nacionalismo hizo bandera de su causa, cuando en vez de ser celebrada como una pionera fue ridiculizada por, precisamente, tirar de raíces españolas... Nadie salió a defenderla. La teatralización de su actuación, el salir descalza en ese momento haciendo aquel flamenco-pop, con un vestido improvisado, una fusión inédita, hoy estaría a la altura del ‘Sakura’ de Rosalía, versión ochentera.

Sin embargo, al nacionalismo español aquel nacionalismo de una barca a la deriva --que es lo que somos todos-- no gustó. Al contrario, esa cultura de raíz profunda, auténtica, fue criticada y apaleada por los jurados. No obtuvo ni un solo punto. Porque a los nacionalismos no les vale cualquier bandera, ni cualquier etnia, ni cualquier puntuación, ni cualquier mujer aunque se adelante como artista décadas a lo que se espera de ella. Lo que nos lleva a preguntarnos, siempre, quiénes nos manejan.

*Artista y profesora de la Universidad de Sevilla

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