La industria del olivo no es, ni mucho menos, patrimonio exclusivo de la provincia de Jaén. Nada más lejos de la realidad; desde hace dos milenios. Ya en época romana la zona principal de producción fue un triángulo conformado por las ciudades de Hispalis-Sevilla, Astigi-Écija, y Colonia Patricia-Córdoba, con el Baetis-Guadalquivir como eje comercial por el que bajaba hacia el mar un flujo continuo de barcazas y bajeles cargados hasta el borde de ánforas aceiteras, repletas a su vez del tan preciado oro líquido. Hoy, no sólo sigue habiendo grandes explotaciones de olivar en nuestra provincia, sino que muchas de ellas alumbran cada año los mejores aceites del mundo. Un aceite que a lo largo de la historia ha tenido valores culturales añadidos de primer orden, es base de la dieta mediterránea, y un alimento polivalente, capaz de potenciar el sabor y producir efectos muy beneficiosos sobre la salud humana, casi como si fuera un medicamento. Así han venido a demostrarlo los últimos estudios realizados desde el Instituto Maimónides de Investigación Biomédica de Córdoba (IMIBIC), el Hospital Universitario Reina Sofía, la Universidad de Córdoba y el Centro de Investigación Biomédica en Red de Fisiopatología de la Obesidad y Nutrición (CIBERobn). Se trata de un ambicioso proyecto, abanderado durante los últimos siete años por un equipo de investigadores cordobeses entre los que destacan F. Pérez Jiménez, J. López Miranda, F. López Segura y J. Delgado Lista, cuya publicación recientísima en la revista Lancet -prestigiosa donde las haya- ha tenido un enorme impacto internacional, mientras que en Córdoba apenas se ha captado su trascendencia.
En la industria de la alimentación son muchas las fuerzas encontradas, innegables las luchas de poder y evidente el dominio de ciertas multinacionales que defienden a capa y espada sus productos, en los que grasas saturadas y aceites de palma o coco desempeñan un gran protagonismo, nada beneficioso por cierto para el ciudadano, supuestos sus efectos perniciosos para la salud humana. En parte como consecuencia de todo ello, a día de hoy esta última se ve gravemente amenazada por enfermedades como el cáncer, las patologías cardiovasculares, la hipertensión, el colesterol y la diabetes, que, derivadas en buena medida de los cambios introducidos en nuestro estilo tradicional de vida y de una alimentación deficiente, no sólo nos limitan, sino que se erigen como las causas de muerte contemporáneas con mayor incidencia, origen además de un elevadísimo coste sanitario. Pues bien, contra todas puede actuar de manera efectiva y natural el aceite de oliva, que reúne propiedades específicas para enfrentarlas y se convierte en un aliado de primer orden (queda por comprobar el cáncer, pero incluso en este aspecto los estudios desarrollados por E. Scrich resultan muy prometedores). Y esto es justo lo que ha venido a constatar el proyecto Cordioprev, confirmando lo que de alguna manera ya intuyeron griegos, romanos y árabes.
Hasta hace unos años se sabía que la dieta mediterránea -una forma de comer, frugal, híbrida y muy abierta, en la que el aceite de oliva constituye la grasa más importante, cuando no la única, pero también un modo particular de vida, basado en la socialización- influía positivamente en la salud de las personas, convertida por consiguiente en un factor eficacísimo de prevención. Ahora, tras la publicación de los resultados obtenidos por este prestigioso equipo de investigadores cordobeses, la comunidad científica ha podido comprobar que esto mismo ocurre con enfermos diagnosticados previamente de enfermedad cardiovascular. Se ha trabajado sobre un grupo de 1002 pacientes con patologías coronarias y edades comprendidas entre los 20 y los 76 años, en su mayor parte de sexo masculino (82,5%), que entre 2009 y 2012 formaron dos grupos y siguieron dos tipos diferentes de dietas: una convencional baja en grasas, y otra estrictamente mediterránea, con el aceite de oliva -grasa de origen vegetal- como eje fundamental. Ambas produjeron efectos cardiosaludables sobre los enfermos tratados, pero el grupo que siguió la dieta mediterránea experimentó una incidencia beneficiosa muy superior (entre el 25 y el 35%), a la hora de prevenir el infarto de miocardio, la revascularización, el accidente cerebrovascular isquémico (el famoso ictus), la enfermedad arterial periférica, y en último término la muerte.
Estamos, en definitiva, ante un hallazgo de dimensiones insospechadas, que ha podido evidenciar empíricamente los beneficios de esa forma de comer mediterránea que tanto admira el resto del mundo, y muy en particular los efectos favorables sobre la salud cardiovascular del ser humano de nuestro producto más singular y exclusivo: el aceite de oliva virgen extra. Ahora sólo queda que Córdoba capte la trascendencia de tales avances, y asuma el reto de potenciar de cara al futuro el consumo de su más definitorio tesoro, procurando de paso no perder unos hábitos de comer, de vivir y de socializar saludables que, aparte de todo, nos identifican universalmente como cultura.
* Catedrático de Arqueología de la UCO