Diario Córdoba

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Marisol Salcedo

ESCENARIO

Marisol Salcedo

La piscina

El día 29 de mayo se apagará el alumbrado de la Feria, que se habrá encendido en la noche del 20, y terminarán las fiestas, dejando ese refilón de melancolía que produce el final de lo durante tanto tiempo deseado y añorado. Comenzará entonces la diáspora a las segundas residencias, en la costa, en el campo o en el pueblo. Mi amigo Carlos irá a su casa de verano, que está en Los Ángeles --no los de California, sino la barriada de Córdoba-- para poner en marcha la piscina que, si da trabajo en su fase inicial, todavía da más en la fase de mantenimiento. Esto, como el amor en el soneto de Lope de Vega, quien lo probó lo sabe. Y todo el mundo está encantado de disfrutar la piscina, pero nadie o muy pocos están dispuestos a colaborar en las operaciones de limpieza. Sólo el jardinero, que va un día a la semana, las asume, pero claro, en detrimento de otros trabajos igualmente necesarios.

Carlos es bastante generoso a la hora de regalarse el pico, así que llena la despensa y el frigorífico con toda clase de caprichitos: cervezas de marca, de esas que cada una sale a 2 euros de media; patatas fritas, aceitunas, frutos secos, embutidos y latas de conserva. Entonces comienzan a lloverle las visitas: su hermano pequeño con la pandilla; su hermana con el novio; sus amigos con las mujeres y los niños; la vecina de su madre, con dos niñas mellizas... Y Carlos, que es un buenazo, aunque me va a matar por contar cosas que lo pueden poner en un compromiso con los visitantes, recibe a todos con los brazos abiertos, cosa que tiene mucho mérito y verán por qué.

Todos, al llegar, hacen la misma declaración: «Por nosotros no tienes que preocuparte, que no te vamos a molestar. Nos hemos traído --por ejemplo-- un pollo asado, un kilo de langostinos y la nevera con las bebidas... Carlos está harto de tanta marabunta, porque nadie cumple. Los niños corren empapados por toda la casa y, aparte de que se escurren y se estrellan contra muebles y paredes, se la dejan hecha un asco y, además, se comen las patatas fritas. El novio de la hermana se bebe las cervezas. Los amigos del hermano se hacen bocadillos con el embutido. Y la vecina de la madre, el verano pasado se despidió desde la verja gritando: «¡Ahí te dejo lo que ha sobrado del pollo! ¡Ah, y limpia bien la piscina, que las niñas han estado jugando en el borde y han tirado dentro las cabezas de los langostinos!».

* Escritora. Académica

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