Diario Córdoba

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Francisco García-Calabrés

Templos de flores

Los patios, como dijera Pablo García Baena, son el alma de Córdoba

Frente a esas ciudades mastodónticas, sin alma, de fugaces rótulos luminosos y avenidas inhóspitas que se parecen más a circuitos de velocidad, de colmenas interminables donde viven hacinadas las personas, de torres infinitas que nos alejan de la tierra y del ser humano, gozamos de una de las ciudades de España de mejor calidad de vida, donde los patios, como dijera Pablo García Baena, son el alma de Córdoba.

Mayo se desenvuelve jalonado de convocatorias y concurrido de bullicio. Y de tantas celebraciones que nos llegan, la más nuestra de todas, es el Festival de los Patios cordobeses. Córdoba es patio. Centurias de colores y olores, de sentidos derramados junto a la cal y la caña. Unos patios que se reivindican como santo y seña de un patrimonio inmaterial que lo es para toda la humanidad desde que hace una década lo certificara así la Unesco: «Una celebración en espacios sociales que promueven el contacto humano y el intercambio cultural, y que se trata de un evento festivo comunal que proporciona un sentido de identidad y continuidad a los habitantes de Córdoba, que reconocen esta expresión como un componente importante de su intangible patrimonio cultural».

Los patios son armonía y silencio, encuentro y vida. Como escribe el novelista Yann Martel en ‘La vida de Pi’, no existe una paz comparable con la de un patio interior en un día soleado. Son el ágora intimista para el encuentro y la amable charla, en palabras de Antonio Gala. Frente a la cultura del Instagram, de lo que es fugaz y on line, tendríamos que volver a la esencia de nuestras raíces, a la cultura del patio, de esas verdaderas redes sociales que propiciaban el trato directo y la palabra cálida, lugares de encuentro y convivencia, al vaivén de una mecedora bajo el arrullo monótono del agua fresca de la fuente. Patios para escucharse a uno mismo y para escuchar a los demás. Patios para contemplar el devenir de una vida que fluye, ante ese intento perenne de huída que nos asalta. Patios de encuentro y no de fuga. Los patios son mucho más que un espectáculo floral, de ahí su valor. Además de su mérito, fruto del esfuerzo vecinal de todo un año que debemos reconocer, y que muestran el valor del esfuerzo compartido, de la solidaridad ciudadana que alimenta y reverdece tradiciones culturales muy valiosas.

Patios diversos y variopintos, en la historia romana, musulmana y cristiana que resisten el paso del tiempo y han conformado nuestra idiosincrasia. Patios de casas señoriales, de antiguo conventos, o populares de casas de vecinos, sostenidos con el cariño y ejemplar tesón de sus habitantes. Patios que se siguen reinventando en nuestros barrios y que son legado de otra forma de convivir ante la admiración de visitantes maravillados.

Junto a los recintos institucionales, medio centenar de patios en el concurso local y casi un centenar en el provincial representado por 21 municipios en esta edición que, fruto del esfuerzo vivo durante muchas generaciones, se abren a quienes esperan conocer esos templos floridos, estas cátedras vivas de la belleza que nos muestran esas variedades vegetales tan espectaculares y esos lugares escondidos, remansos de paz y meditación, oasis de agua, que sorprenden en una vida tan llena de ruidos y contaminada de cosas tan superfluas. Festival de Patios, que además son acompañados por un extraordinario programa de actuaciones musicales, exposiciones, conciertos extraordinarios y tres rutas culturales. Patios que, más allá del reclamo turístico pasajero, podemos disfrutar en otras épocas del año menos concurridas, sin visitas aceleradas de tres minutos, para saborear lo que son y vivir lo que representan.

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