Diario Córdoba

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Marcos Santiago Cortés

Antonio Alcaide Beltrán

Se fue a trabajar a una peluquería del Sector Sur al tanto por ciento y además se colocó en Correos

Antonio es un peluquero que nació en el 40. Entró de oficial con 16 tacos en la calle Siete de Mayo de Córdoba. Antes fue aprendiz en la Victoria, su pueblo natal, en la peluquería de Antonio Delgado que era de la Carlota, un hombre bajito que se parecía a Franco. Era fácil aprender pelando a los niños; en aquel tiempo de piojos, todos los pelaos de los nenes eran iguales: rapaos dejando un flequillito por aquello de estar decente para las ocasiones. Se vino con su padre cuando se colocó en Córdoba, a la Posada del Potro y ganaban lo justo para mandarlo íntegramente a la madre que vivía en la Victoria mientras ellos subsistían como podían. Hasta que su padre se colocó de peón con los Mialdea y entre los dos pudieron alquilar una habitación en un patio de vecinos del Campo de la Verdad. Allí conoció a Paquita Rosales Torres, el único y gran amor de su vida, digna hija de su padre, chofer de aquellos Chrysler de nueve plazas que traía gente de Alcalá la Real mientras ella trabajaba de dependienta en Tejidos Moreno de la Calle Santo Cristo. Paquita y Antonio de novios seguían trabajando para dar el dinero a sus padres; nada de guardar para ellos porque la familia era lo primero y las necesidades de uno lo último. Se casaron sin convite porque no había para convite, aunque sobraba el amor; el amor puro consuela hasta el hambre. Hoy rebosan convites empalagosos y faltan amores inmateriales. Al final ellos se quedaron con el gran hogar del patio. Ya ves tú que gran hogar: una habitación que a la cama y a la hornilla la separaba una cortina mientras el inodoro era para los 25 vecinos. Pero el amor y la ilusión hacia esa habitación inmensa. Y así fueron ganando para comer y teniendo los seis hijos. Trabajando duro porque ella se tuvo que dedicar a los niños y entonces Antonio, se fue a trabajar a una peluquería del Sector Sur al tanto por ciento y también se colocó en Correos. Ganaba poco de cartero, pero arrimaba (entonces quien ganaba menos era el cartero y el municipal). Había semanas que salía de la peluquería muy de noche. El punto de inflexión fue en el 68 y los años que le siguieron, según Antonio, la mejor época de sus vidas porque el gobierno les dio un piso en la Fuensanta y un local para montar su peluquería gracias a la mediación de Eduardo Cadenas de Llano, sindicalista vertical y cliente que le orientó. Además, que no había este agobio de impuestos para los pequeños negocios sino un impuesto general para el gremio concreto. Ya empezó hasta a poder disfrutar un poco de ocio visitando sus peñas flamencas y entonando sus fandangos.

Además que Antonio, es probablemente el más entendido de flamenco de ‘to’ Córdoba. Según él, en cuestión de libertad, la cosa no era tan dura a principios de los setenta como la cuentan y si se pasaban de hora en la peña, llegaba la Guardia Civil y les decía: señores una copa más de coñac y a cerrar ya. Con un préstamo de 65 mil pesetas configuró el negocio que fue duro hasta que la Fuensanta se fue poblando y se acabaron las penurias. Ahí sigue el matrimonio, asesorando a su hijo peluquero que es igual de buena gente que sus hermanos. Como anécdota que resume la formalidad de Antonio José Alcaide Beltrán, es que a día de hoy sigue teniendo un mismo cliente después de 66 años. ¡Toma ya!; eso sí que es una medalla de oro al trabajo de carácter popular que son las auténticas medallas. Pero hay muchas Paquis y Antonios en esa España preciosa y precaria que resurgió a fuerza de honradez, amor, heroísmo y fe en el futuro; gente que ha sacado adelante este país precisamente porque el egoísmo y el materialismo no tenían sitio en una educación en la que lo principal era la fidelidad a la familia y los reaños para buscar el pan sin envidiar ni robar. Antonio tiene 82 años. 82 años de la mejor generación de la historia de España. Pienso en lo feliz que sería esta tierra si a las oportunidades y abundancia de la democracia de hoy se uniera esa educación luchadora y solidaria que tenían nuestros padres y abuelos. En fin... A propósito, Antonio no le debe nada a nadie. Todas sus palabras cumplidas. Y lo que es más importante, el amor por los suyos cada día más joven. Sin duda, aquellos españoles en la España de hoy se echan de menos. Pero que mucho.

*Abogado

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