Diario Córdoba

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La clave

Olga Bernad

Para que tú las bailes

Más allá de la crítica musical e incluso de los gustos personales, al final la banda sonora de la vida es lo que se recuerda. Yo recuerdo, por ejemplo, que a los trece años comencé a volverme loca por aquellos grupos ochenteros que salpicaban mi corazón de una alegría gamberra. Pero se me han ido de la cabeza las letras de Polansky y el Ardor e incluso algunas de La Mode. Sin embargo, recuerdo con toda facilidad a Los Chichos

Como yo nací en un barrio fronterizo, uno de esos barrios obreros que marcan el límite entre la ciudad y el descampado (ay, esa sensación de haber caído del lado un poco menos malo por los pelos...), recuerdo el poblado gitano que se divisaba, allá en la llanura de las afueras, desde la ventana de mi dormitorio. Alguna noche de verano miraba las hogueras y me llegaban, mezclándose con mis primeros escritos, voces de juerga y luces. Allá lejos, tan cerca.

A veces aparecían jeringuillas por el suelo de la fábrica quemada que dibujaba la frontera entre ellos y nosotros, o en los silos abandonados donde nos encerrábamos para fumar y ver revistas porno. Las gitanas que venían en busca de agua potable a las bocas de mi calle tenían largas melenas, ojos hermosísimos y olían a humo. Niñas preciosas a las que les salían tetas en un cuarto de hora, jóvenes princesas que se convertían en madres desdentadas de mirada triste en diez minutos. Maldita magia del revés, maldito duende descuidado. Ya no hay poblado, hay unas instalaciones deportivas limpias de polvo y paja. Ya no hay gitanos. El ayuntamiento (o quien fuese) los integró (o lo que sea) por ahí.

Qué habrá sido de toda aquella gente a la que yo veía acceder a la ciudad por las sucias aceras de mi barrio tarareando canciones de los Chichos, qué habrá sido de mí, dónde estará la tumba de Marta. Yo no lo sé (perdonen la tristeza).  

* Filóloga y escritora

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