Diario Córdoba

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entre líneas

Juan M. Niza *

Las vomitonas en mi calle, ciencia y teoría

Pediría que nos planteásemos qué tipo de fiestas queremos; y lo que se decida... pues a asumirlo

Menuda Fiesta de las Cruces 2022. Y hay datos objetivos. A falta de que a alguien se le ocurra hacer una plataforma de reserva en las Cruces (cosas más raras se ven) y haya reflejo en el bigdata, o que se consolide el parte diario de la Policía Local de multas por orinar en la calle como reflejo del fiestorro (una medida imprecisa del desigual aroma a orines que prevalece durante días en el Casco Histórico), un servidor, tras una amplia observación de décadas propondría que asumamos como baremo el número de vomitonas. Porque lo de este año ha sido descomunal. De la parada de autobús más cercana a mi casa he contado doce ‘potas’ a sortear... Decididamente un alto nivel, de ese indiscutiblemente índice científico que digo, de una ‘altura’ jamás alcanzada por esta fiesta.

Pero, por favor, nada de llevarse las manos a la cabeza como si hubiéramos descubierto algo nuevo. En primer lugar, porque era de esperar este descontrol de botellones y despedidas de solteros de toda España que, junto a toda Córdoba y todo el país desparramado, solo demostraba el ansia de desfogar tras los dos años de pandemia. Recordemos que, por ejemplo, los adolescentes entre 14 y 17 años prácticamente han descubierto este año que existía la Fiesta de las Cruces. Por cierto, así les ha ido a muchos.

Entonces, ¿qué propongo? ¿La pena capital sumarísima contra el chavalote que sea descubierto vomitando en la vía pública? Exactamente no. Con el resacón que aún tendrán los pobrecitos que vaciaron el estómago en las pasadas Cruces ya van castigados. En el pecado llevan la penitencia. Posiblemente hayan descubierto que pasarse con el alcohol no es tan inocuo como perder una partida de videojuego en red.

¿Qué pedir entonces? ¿El despido y posterior deportación de toda la plantilla de la Policía Local y Sadeco? Pues tampoco. Bastante han tenido y también nos ha costado a todos los cordobeses las horas extras que tendremos que pagarles por su justo trabajo, que se nos olvida que todo esto tiene un altísimo coste que sale de nuestros bolsillos. Entonces... ¿proponemos la ejecución en plaza pública de los responsables políticos? Tentador, ciertamente. Pero con pedirles que busquen o estén abiertos a soluciones con miras a más de cuatro años de mandato, sería útil. Más aún: ¿Imponemos la pena de latigazos y/o amputación de miembros a los padres de los jóvenes infractores? Sin duda sería una medida eficaz. Aunque también serviría de mucho una educación familiar y, recordando con humildad que también los padres seguro que tuvieron de juventud más de un «descontrol», hacerles ver a sus hijos que en estas fiestas populares el alcohol nunca es un fin, sino un medio para socializar, invitándoles a que redescubran las fiestas con su justo valor.

O, siendo tajantes, ¿prohibimos directamente la Fiestas de las Cruces? Ni de coña, al menos que haya una alternativa previa y bien pensada para tantísimos colectivos que hacen de esta cita su fuente de financiación y de actividades para todo el año, por no hablar de cruces como la de Cañero, Villarrubia, El Higuerón, El Huerto o San José Obrero, que son auténticas fiestas de barrio que sirven para cohesionar el barrio, no meros recursos para recaudar.

En realidad, y tras ser muy comprensivo con lo vivido en unas Cruces con tantísimas y justificadas ganas de calle, sí que pediría que nos planteásemos qué tipo de fiestas populares o ‘fiestorras impopulares’ queremos. Y lo que se decida... pues a asumirlo. Les voy a poner un ejemplo: en los años 80 se introdujo en las bases del Concurso de Patios la prohibición de instalar barras, algo que fue muy criticado y que, por entonces se auguró, acabaría definitivamente con los Patios al no hacer ‘rentable’ participar en el concurso. Pues bien: ¿se imaginan que todos los patios tuvieran ahora barras gestionadas por el cuidador o subcontratadas? ¿Qué fiesta sería? ¿Qué imagen tendría Córdoba y para quiénes? ¿Habrían sido declarados los Patios Patrimonio de la Humanidad? Son preguntas retóricas, claro.

Yo, como dice la frase hecha de moda, «ahí lo dejo». Solo quiero aportar algo más constructivo que las vomitonas que hay en mi calle... Que también ahí las dejaron.

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