Diario Córdoba

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Antonio Mialdea

DESDE LA PERIFERIA

Antonio J. Mialdea

Religiosidad, religión y cristianismo

El Cristianismo debe fijarse en el rostro de Jesús encarnado en aquellos de quienes se rodeó

La religiosidad popular no puede reducirse a una expresión social o cultural. Naturalmente que no, pero vamos, me parece casi absolutamente aberrante tener que escuchar o leer, a estas alturas, semejante afirmación, aunque, por otra parte, no me extraña nada si viene de determinado sector de la jerarquía católica que se dedica sobre todo a enseñar a su público más joven, tanto a futuros clérigos como a laicos, que evolucionar consiste en retroceder habida cuenta de que para atraer a todo este público más joven se emplean, sobre todo y como método de atracción, estas formas populares rozadoras de lo mágico, de lo folclórico, de mucho candelabro, de mucha más dalmática y rodeados de incienso -que conste que me encanta el aroma del incienso-, pero radicalmente alejadas de la vida real. Todo, además, llega al «éxtasis» si a esta gran parafernalia se unen el estamento militar -mejor aún si es la Legión-, rémora aún y recuerdo del poder divino del dictador, y lo político, claro, si la ideología local o estatal acompañan. Afirmar, de otro lado, que el paso de las imágenes -referido a las procesiones- nos ofrece momentos de gran intensidad de gracia, en los que el hombre descubre sus propias raíces y se siente inclinado a la oración, a la penitencia y a la caridad fraterna se podría entender como el paso de la religiosidad a la religión, si entendemos ésta en su sentido de re-ligare, es decir, de volver a unir lo que estaba separado (espíritu y materia, lo sagrado y lo profano, el cielo y la tierra). Pero estamos apañados si un trozo de madera o de piedra, o una corona de oro nos tienen que recordar quiénes somos y cuáles son los problemas a los que, no ya como cristianos, sino como seres humanos hemos de acudir y estamos obligados a atender. Aún con todo y admitiendo cierta buena intención, esta piedad popular no llega a significar en modo alguno una auténtica expresión de fe cristiana, de lo que verdaderamente significa el Cristianismo, que nada o muy poco tiene que ver con todo este maremágnum si no es, como vengo diciendo, para atraer a las masas. Recomendaría, en este sentido, leer... ¡tranquilos! no es a Lutero, aunque podría ser perfectamente, sino a san Juan de la Cruz, más en concreto su libro ‘Subida del Monte Carmelo’ en el que nos pone en alerta y escribe muy duramente sobre todo este asunto del culto y con más hincapié sobre aquellos incautos que nos incitan a seguir este camino. Dice el fraile carmelita: «de donde yerran mucho muchos espirituales, los cuales, habiéndose ellos ejercitado en llegar a Dios por imágenes y formas y meditaciones, cual conviene a principiantes, los quiere Dios recoger (a bienes) más espirituales interiores e invisibles... y ellos no acaban, ni se atreven, ni saben desasirse de aquellos modos palpables a que están acostumbrados; y así, todavía trabajan por tenerlos, queriendo ir por consideración y meditación de formas, pensando que siempre ha de ser así». El Cristianismo actual, como el original -que son el mismo-, y aprovecho ahora que la Iglesia Católica se encamina al Sínodo de 2023, debe fijarse única y exclusivamente en el rostro de Jesús encarnado en aquellos de quienes se rodeó y se sigue rodeando: los pobres, los excluidos, los marginados, los que carecen totalmente de poder, esas son las imágenes -aparte de las otras- que procesionan cada día del año por cualquier rincón de nuestro mundo. Es el único camino que existe si uno quiere llegar hasta Dios, no hay otro. Entiendo perfectamente que una sociedad como la nuestra tiene complicado el acceso a este Cristianismo del que escribo pero el camino que siguen determinados sectores de nuestra jerarquía católica es más desacertado aún posicionándose siempre al lado de aquellos que poseen el poder económico y político o evitando a toda costa la desposesión de estos poderes o, lo que es más grave aún, apartando lejos de sí a ciertos grupos sociales entre los que se cuentan numerosos cristianos -a quienes no he visto representados en el camino local preparatorio del próximo Sínodo- y atrayendo a las masas jóvenes con una alternativa de «espiritualidad» que en muchas ocasiones lleva al extremo la distancia entre lo humano y lo divino y que, por tanto, nada tiene que ver con la vida ni real ni mucho menos actual.

* Profesor de Filosofía

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