Diario Córdoba

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Miguel Aguilar

Radicalmente moderados

«Los radicales creen que ceder o aceptar el diálogo significa traicionar unos principios, los suyos»

Los radicales no entienden la moderación. Creen que ceder, amoldarse o aceptar el diálogo significa traicionar unos principios, los suyos, que consideran una verdad incuestionable. Tienen su religión. Tienen su patria. Tienen su club. Tienen su partido. Tienen su periódico. Por eso nunca los verás con el enemigo ni admitirán formar parte de una sociedad que jamás será exactamente la suya.

Una sociedad, por definición, está hecha de individuos, y siempre será diversa, mientras quiera seguir viva. Las sociedades clonadas, o mantenidas a raya por una mente autoritaria, carecen de futuro y duran lo que duran antes de desmoronarse. Pero las sociedades carentes de objetivos, principios inspiradores, normas de convivencia o cualquier otro pegamiento social, también acaban por desintegrarse. Ambos tipos de sociedades, tan opuestas, comparten una filosofía política radical. Anarquía y totalitarismo son igual de radicales y ambos comparten ese poder de seducción basado en el uso de los ideales románticos y las emociones en perjuicio de la razón práctica.

Ya se sabe que el cerebro humano, sobre todo cuando tiene que pensar y tomar decisiones con rapidez y en situaciones de estrés, tiene tendencia a adoptar soluciones simples y se deja convencer y engañar con suma facilidad. Las decisiones más racionales requieren valorar, comparar, sopesar, alcanzar compromisos entre los pros y los contra para encontrar una solución óptima, y todo eso requiere tiempo y método.

La política no puede ser ajena a esa realidad sociológica y psicológica. Si el propósito de la política es conseguir el poder para uno y los suyos, valdrá todo, está claro. Pero la política de verdad no es eso. La política de verdad debe tener el noble fin de conseguir el equilibrio, aunque sea inestable, entre todas las fuerzas, o por lo menos entre todas aquellas fuerzas mayoritarias que más puedan contribuir a sostener ese equilibrio. Y para lograrlo no basta con creer en ello. Hacen falta personas que asuman esa responsabilidad. Pero tampoco eso es suficiente, porque las personas pueden fallarnos o traicionarnos. Es imprescindible que haya un método, una norma que esté por encima de las personas en todo momento y que todos asumamos cumplir.

España se entrega a la inestabilidad política porque carece tanto de políticos comprometidos como de método y normas que busquen y favorezcan ese equilibrio. En estos últimos años perdimos la oportunidad histórica de que un partido de centro pudie-ra estabilizar un gobierno moderado bien a su derecha bien a su izquierda. El PSOE, con la inestimable colaboración del PP, ignoró a Ciudadanos y permitió que los radicales de Podemos, Bildu y ERC se hicieran necesarios para una victoria pírrica que deja fuera a más de la mitad de los españoles. Y el PP, con la inestimable ayuda del PSOE, ha dejado crecer su ala radical en Vox hasta un punto en que le va a resultar necesaria, si quiere volver al gobierno.

Como resultado de todas esas acciones, omisiones y falta de método y de unas normas que faciliten un gobierno estable y altamente representativo del conjunto de la sociedad, tenemos gobiernos débiles, incapaces de tomar decisiones de calado a largo plazo. No tenemos políticas de estado, sino un batiburrillo de decisiones sin consenso social, sostenidas por alfileres, hasta que llegue otro y cambie de rumbo. Ni en organización del estado, ni en economía, ni en educación, ni en política exterior. El caos. Un caos que no hace más que alimentar los extremismos y populismos.

Necesitamos un consenso básico para conseguir gobiernos estables. Podría valer el simple compromiso de que se facilite el gobierno del más votado. Pero eso es confiar demasiado en los políticos de turno. Sería mejor un cambio más estable, más profundo, como mínimo una reforma de la ley electoral, o incluso una reforma constitucional para asegurar la estabilidad. Porque, políticos aparte, me atrevería a afirmar que la mayoría de los ciudadanos somos moderados. Radicalmente moderados.

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