Diario Córdoba

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Para cerca de 2.500 millones de personas en el mundo que profesan la religión cristiana, prácticamente un tercio de la población mundial, hoy es Viernes Santo o el segundo día del Triduo Pascual. Rememoramos el primer vía crucis de la historia y la muerte de cruz de Jesús de Nazaret. Jornada cargada de símbolos y mensajes, que tanto la liturgia de la Iglesia como las devociones populares en los pasos de Semana Santa nos recuerdan. Escribe Rénan, el biógrafo de Jesús, que aquél primer viernes santo del año 33 de nuestra era, era 2 de abril. El sanedrín judío había sentenciado a muerte al Galileo en el juicio religioso, pero no podían ejecutar una pena de esa gravedad, por lo que fue trasladado al Pretorio ante el gobernador y juez romano Pilatos, quien después de tres intentos por salvarlo, aun sabiendo que era inocente y por aclamación del pueblo judío, al final del juicio político lo entregó para que lo mataran en el Gólgota. Crucificado entre malhechores, siempre me ha conmovido la historia de san Dimas, el primer santo de la historia, quizás porque en él nos reflejamos y comprendemos que nunca es tarde y en algún momento de nuestra vida todos podemos transformar nuestro corazón. Misterio de la hermandad de La Conversión que hoy disfrutamos por primera vez en los cortejos penitenciales de la capital, después de dos décadas de presencia en su barriada de la Electromecánicas, dando ejemplo de coraje y tenacidad, de sencillez y servicio. Salvación y esperanza en otra vida, siempre presente en todas las culturas y civilizaciones, que hoy resulta más necesaria que nunca en esta sociedad materialista, de la inmediatez, la tangibilidad y el carpe diem.

Me pregunto también por todos esos vía crucis anónimos que recorren su particular vía dolorosa. Por quienes se encuentran prisioneros de su codicia, de sus adicciones, víctimas de la enfermedad, de la soledad impuesta, del desarraigo, del estigma social, de problemáticas familiares, de la pobreza. Por todas esas cruces personales e intangibles que llevamos sobre nosotros, imperceptibles desde fuera y que tantas veces nos hacen caer en tierra y perder el norte y la esperanza. Hoy pongo en valor a quienes se entregan a una causa noble, a unos ideales elevados, aun sufriendo y sacrificándose por ello. A todos esos cirineos y verónicas cercanos, anónimos o no, que con sus palabras cálidas y gestos solidarios, comparten nuestras realidades, ponen bálsamo a nuestras heridas y allanan nuestros pasos.

Y finalmente, me detengo ante un Nazareno que no podía morir lapidado como ejecutaban los judíos, sino en la cruz con los brazos abiertos. Open Arms, acogiéndonos a todos los menesterosos y vulnerables de la tierra, salvándonos de nuestros naufragios personales, de nuestras inquinas particulares, de nuestros agravios y afrentas; haciéndonos llegar a las costas de la luz y la esperanza; rescatándonos de tantas clases de miseria para ofrecernos otra oportunidad de una vida más plena. Y aquélla cruz, que rápidamente se convirtió en icono para esos 2.500 millones de personas, no fue el final previsto por el poder. Ni Pilatos, ni el imperio romano, ni el sanedrín judío tuvieron la última palabra. El juicio de Dios terminó con la resurrección enmendando la sentencia de los hombres. Aunque muchas veces lo parezca, todo no está dicho ni escrito. Siempre hay que esperar al final de la historia.

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