Estos dos últimos años de pandemia donde muchas de nuestras costumbres habían sido clausuradas han sacado de nosotros el sabor del reencuentro. El encontrarse de nuevo con aquello que hace tiempo que las circunstancias nos han privado puede tener la esencia del descubrimiento. Entre otras cosas porque como diría el castizo nos acostumbramos a lo bueno, o dicho de otra manera nos pasa como con los perfumes que nuestro olfato se acostumbra a ellos y no nos huelen como la primera vez. Pues bien, esta Semana Santa tiene bastante de este ejercicio del reencuentro. El haber estado estos dos años sin nuestros pasos procesionando por nuestras calles ha hecho que volvamos a redescubrir el sentido de todo lo que representan y significan esas procesiones de almas acompañando a las imágenes sagradas que pasan ante nosotros con la cadencia de los pasos de los costaleros y que nos transmiten esa mística de la vida y del sufrimiento que durante estos dos últimos años de pandemia hemos experimentado todos de alguna manera y que ahora se nos antojan profundamente íntimas y sublimadas de esa belleza de la redención humana que todos más tarde o más temprano estamos llamados a experimentar como el lógico proceso de progreso humano en cuanto a valores se refiere. Y es que ser más humanos siempre nos redime de ese dolor y sufrimiento que en demasiadas ocasiones nace de la insolidaridad. Y es que precisamente lo contrario, la solidaridad, la unión de sentimientos buenos y positivos que también hemos vivido durante la pandemia, son la esencia que ahora nos vuelven a traer esos pasos de Semana Santa que con sus penitentes, costaleros, devotos y nazarenos nos reencuentran con lo que estamos todos llamados a ser: hermanos en la esencia más humana.
* Mediador y coach
