Diario Córdoba

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Carmen Albert

TRIBUNA ABIERTA

Carmen Albert

Ojos azules

No se ha respondido de la misma manera a los refugiados de todos los países, ¿la diferencia radica quizás en el color de sus ojos?

Mi padre era tan moreno que, a diferencia de sus amigos, no se tenía que pintar la cara cuando se disfrazaba en las fiestas de Moros y Cristianos de su pueblo. Con el tiempo se fue pareciendo más y más a Sadat, aquel presidente egipcio que murió en un atentado. Tenían pocos años de diferencia, el mismo tono de la piel, una calvicie similar e idéntico bigote. En contraste, mi abuela materna era rubia y de ojos azules. La llamaban la alemana y, si sus pómulos hubieran sido más pronunciados, se podría haber dicho que era eslava. Ambos, tan distintos, habían nacido en la misma comarca del interior de Alicante y al ver las trágicas imágenes de estos días, pensé que uno podría haber pasado por sirio y otra por ucraniana.

Ni mi padre ni mi abuela llegaron a convertirse en refugiados, aunque en sus vidas padecieron dificultades y penurias y fueron ayudados por ciudadanos de otros países, ideología y religión. Mi padre fue un adolescente falangista que hubiera muerto durante la guerra civil de no huir y ser escondido por un médico republicano que lo hizo pasar por su sobrino. Mi abuela, años antes, tuvo que emigrar, con su pareja y sin apenas recursos, a Argentina y ese país les permitió trabajar y construir una vida digna. Situaciones difíciles y diferentes de las que salieron por la ayuda y la solidaridad de otros. Gracias a esos otros vivimos mis hermanos y yo que somos, como el resto de los españoles actuales, el resultado de una mezcla de razas (concepto cada vez más discutido en el mundo científico) y etnias, nutridos de fuentes culturales ricas y variadas.

La migración, para salvar la vida o para mejorar sus condiciones, ha acompañado a la especie humana desde que existe. En algún momento de la historia ha afectado a todos los grupos, sea por una catástrofe natural, una guerra, una condición sexual o creencias religiosas o políticas. Sin embargo, en los países receptores de migrantes como el nuestro (que en otros momentos ha sido emisor, algo que olvidamos) la forma de responder a su llegada, por motivos políticos o humanitarios, ha sido desigual. No se ha respondido de la misma manera a los refugiados de Siria que a los de Afganistán, a los que saltan la valla en Melilla o a los que han sido rescatados por el barco Aquarius, o a los procedentes de Venezuela, a los refugiados de Siria o a los de Afganistán, por citar a algunos. Sin embargo, en todos los casos hay algo en común: se resuelven favorablemente pocas solicitudes (menos de la cuarta parte en 2020) y después de procedimientos complicados, lentos y farragosos. Incluso una vez conseguido, el estatuto de refugiado no garantiza trabajo ni vivienda. Y no es un camino fácil cuando se ha de hacer frente a actitudes de rechazo, basadas en estereotipos falsos.

La guerra de Ucrania ha desencadenado una respuesta muy diferente entre la población europea, incluyendo la española. Se ha aprobado una normativa de acogida ilimitada, se han simplificado los trámites, acortado el tiempo para realizarlos y se han facilitado los medios para obtener residencia y trabajo. A la vez, la reacción ciudadana de solidaridad y apoyo es un ejemplo de empatía y generosidad... ¿Pero, por qué sí con unos y no con otros? Un periodista sirio, Okba Mohammad, quien tuvo que sufrir el método habitual para conseguir ser considerado refugiado, apuntaba que quizá la diferencia radicaba en que él carecía de ojos azules...

¿La acogida a los refugiados de Ucrania podría sentar un precedente en la Unión Europea que se extendiera a las otras comunidades que solicitan asilo? ¿Seríamos capaces de saltar por encima de esos prejuicios que nos hacen desconfiar de los que no se nos parecen -¿como mi padre?- mientras que vemos como iguales a los que sí, o tienen la misma religión o proceden de un ámbito cultural similar?

En apoyo a esta idea, un informe del Banco Mundial de 2018 sostenía que la migración no solo es una herramienta eficaz en la lucha contra la pobreza, también puede mejorar la economía del país de destino cuando está bien gestionada. La directora de investigación de dicho banco añadía que las «restricciones draconianas» de la migración acaban siendo perjudiciales para todos. Cerrar la puerta de forma draconiana a una parte de los que piden entrar -¿por ser distintos?- no solo les impide alcanzar una vida más digna, o salvarla, nos priva de lo valioso que nos pueden aportar desde su diferencia.

No heredé de mi padre su credo político, pero sí aprendí que los sentimientos, como la compasión que tuvieron con él, están por encima de las ideologías. Me quiso y me aceptó con mi manera de pensar tan diferente de la suya. Me enseñó el respeto al otro. Fue la mejor herencia, aunque me hubiera gustado tanto tener los ojos azules de la abuela.

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