Manolete nos saluda a la entrada del Museo Taurino, espacio de otro grande de Córdoba, Góngora, desde el comienzo del siglo XVII, que decía en su Hermana Marica que “en la tardecica, en nuestra plazuela, jugaré yo al toro y tú a las muñecas…” Pasión de luces es la exposición que el Museo Taurino --ahora que casi estamos en el Viernes de Dolores-- ofrece a sus visitantes a los que les promete “devoción, estética y nexos del mundo del toro con las cofradías”, un entusiasmo muy sevillano donde Morante y el Gran Poder te dan la bienvenida con un capote estrenado por el torero de La Puebla del Río en 2002 en el Puerto de Santa María. Aunque a continuación el cordobés Rafael Molina Lagartijo nos saluda y nos cuenta la historia de la relación de los matadores con el barrio del Matadero, junto al Campo de la Merced, “auténtico vivero humano de toreros y carniceros que nutrió las listas de lidiadores cordobeses desde el siglo XVIII”, a través de la cofradía de Nuestro Padre Jesús Caído. Y es que estamos a pocos días del comienzo de una Semana Santa que ha vivido escondida, tras la mascarilla del Covid, los últimos dos años. Quizá por eso estén ahora tan presentes los recordatorios de que ya estamos cerca de la Pasión de Cristo, aquella semana de cuando éramos chicos en la que no podíamos leer tebeos y lo que queríamos es que nos vistieran de nazarenos, cucurucho incluido, para ir de procesiones. Quizá por eso aquí, en el Museo Taurino, se exponga la documentación alusiva y los carteles de toros de la corrida organizada por la Hermandad de la Misericordia el 18 de junio de 1951 en el coso de Los Tejares con el apoyo de Luis Miguel Dominguín.
El festejo, que contó con el padre de Bosé y con Calerito --Martorell se cayó del cartel--, supuso un quebradero económico para la hermandad (las sillas de palco costaban 300 pesetas, la general de sombra 100 y la general de sol 40). Un capote con Nuestro Padre Jesús Caído, otro, de paseo, de Nuestra Señora de los Dolores, uno con la heráldica de la misma Virgen, una túnica de Jesús Nazareno Rescatado, un traje de luces de Manolete, una saya de María Santísima de la Amargura y otra de Nuestra Señora de la Soledad, expuesta al lado del torero rondeño Antonio Ordóñez, nos despiden de la estética y los nexos del mundo del toro con las cofradías, donde la túnica de Jesús Caído regalada por Lagartijo es el centro de esta exposición.
A la salida, en la calle Judíos, donde retumba el alma de Córdoba al caminar por su estrechez, una placa nos señala a otro ilustre cordobés, Rafael Conde y Luque, rector de la primera universidad del Reino y “eminente maestro de la ciencia del Derecho”, poco antes de sumergirnos en el silencio de la Plaza de Tiberiades, donde el filósofo Maimónides, ajeno a toros y cofradías, reflexiona sobre la falta de pensamiento de quienes diseñan planes de estudio olvidando la filosofía, aunque en Córdoba, por la calle Judíos, en Bodegas Guzmán, podamos recuperarla porque esta taberna está al lado del cielo. Quizá el sitio más buscado desde ahora hasta el Domingo de Resurrección. Por eso el Salón Liceo del Círculo de la Amistad, ese espacio donde la historia de Córdoba asentó sus estandartes, se ha cubierto de silencio para escuchar el Concierto Sacro de la Coral de la Cátedra Ramón Medina donde sonaron las ya históricas voces de Paco Raya, Gregorio Ramírez y Manolo Lucena. Antes del Viernes de Dolores. Como también lo hará en la Plaza de Capuchinos, el jueves, Noches de mi Ribera, donde mi paisano de Villanueva del Duque, José Antonio Rodríguez, le cantará a las Dolores y a las Lolas. Después de dos años escondida tras la mascarilla la Semana Santa exhibe lucidez. Como, por ejemplo, el Rincón Cofrade que Alfonso ha instalado en su bar de Gran Vía Parque El nombre es lo de menos. Después de dos años sin Pasión.
