La afasia de Bruce Willis, como el tortazo de Smith, nos ha sacado solo unos días del drama de Ucrania. Necesitábamos un punto de giro para apartar la conciencia, unos minutos, del paisaje angustiado de cuerpos como escombros. Pero la afasia de Bruce Willis tiene otros matices, sus reverberaciones metafóricas: hablamos de un actor que acaba de anunciar una enfermedad cerebral degenerativa que ya empieza a recortarle su capacidad para comunicarse, para asociar palabras, generar un lenguaje. Más allá del impacto, porque era un tío que parecía irrompible, y más allá también de los paralelismos entre sus personajes y la enfermedad en sí, entre su estilo sobrio y contenido de enlazar ironías con encanto, con un doble discurso que era como la teoría del iceberg de Hemingway -muestra sólo la punta en el relato, deja que la carga real vaya por debajo de las aguas-, está lo que representa justo en este momento. Puedes dejar pasar la noticia como otro desastre -y menor globalmente, porque el drama es para su familia- o con un simbolismo de lo que nos sucede, de cómo estamos viviendo la decadencia y caída del imperio.
También nosotros hemos agotado nuestro propio lenguaje: gastamos las palabras al usarlas y vaciarlas de significado, de un alcance moral, sin caer en la ristra de consignas panfletarias que tienen más de alusión combada al hígado que de un discurso ético real. Por eso pueden vencer todos los populismos: porque van directos al estómago. Para qué creer en la comunicación que está perdiendo Bruce Willis si el mundo se derrumba bajo un aluvión de estigmas identitarios. He leído la noticia y he pensado: y encima Bruce Willis tiene afasia. Bruce, tan brillante en ‘Pulp Fiction’, con jungla de cristal y, sobre todo, amando a Cybill Shepherd bajo esa luz de luna, con aquellos diálogos en que hombres y mujeres podían serlo mirándose a los ojos. El ensordecedor grito de hoy es la censura en marcha. Tendremos que salvar de dogmatismo el lenguaje.
*Escritor
