Diario Córdoba

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Manuel Torres Aguilar.

El Sahara: algo de historia y mucho malabarismo diplomático

El pueblo saharaui luchó por su independencia contra España, pero se encontraría con algo que no deseaba | La salida precipitada de su metrópoli tras la «marcha verde» los dejaría en una situación que nunca esperaban: la ocupación marroquí

En España algunos saben mucho y muchos saben poco de quienes son los saharauis. Realmente ni su etnia, ni su cultura, ni su organización social tiene nada que ver con los marroquíes. Tampoco su lengua, pues hablan un dialecto, el árabe hasaní, que es una variante del árabe magrebí que se habla en la región suroeste del Magreb, desde el sur de Marruecos hasta Malí, Níger y Senegal pasando por el suroeste de Argelia, el Sahara Occidental y Mauritania. Era un dialecto beduino de las tribus de los Beni Hassan. Allá por el siglo XVI y XVII ya era conocido. Ciertamente esto nos da una primera clave para entender que nunca fueron ni se sintieron marroquíes y su afinidad fue mucho mayor con los pueblos de las áreas del desierto de Argelia y Mali y también de Mauritania. Los europeos miramos muchas veces a otros continentes o a grandes regiones del mundo como si fuesen un todo uniforme y olvidamos los matices que sí tenemos muy en cuenta para distinguir a un portugués de un español o a un francés de un italiano, por ejemplo.

En esa región las fronteras no existieron para estos pueblos y algunos se integraron en otras naciones africanas. No así los saharauis, cuyo espacio estaba situado bajo el régimen colonial español. Cuando España inicia el proceso de descolonización a instancias de Naciones Unidas, es precisamente este territorio el que reivindicará Marruecos, que ni por historia, ni cultura, ni etnia le perteneció nunca. Cierto es que ya España cometió una primera traición a este pueblo en su protectorado tras la guerra de Ifni en 1958, de la que la dictadura de Franco dio poca información y en la que entregó a Marruecos la llamada franja de Tarfaya. A partir de esa poco honrosa cesión, Marruecos construyó su relato para reivindicar en el futuro todo el territorio que pertenecía como colonia a España.

El pueblo saharaui luchó por su independencia contra España, pero se encontraría con algo que no deseaba. La salida precipitada de su metrópoli tras la «marcha verde» los dejaría en una situación que nunca esperaban: la ocupación marroquí. En 1975 con el régimen de Franco agonizando junto a él, Estados Unidos apoyó el Acuerdo de Madrid en cuya virtud la administración del Sahara quedaba encargada a Marruecos, Mauritania y la Djema’a (asamblea general saharaui). Estados Unidos no deseaba que el territorio que iba a descolonizarse se situará en la órbita de Argelia por sus relaciones próximas a la Unión Soviética, aunque se encontraba en el bloque de los países llamados no alineados.

Una imagen de archivo de un campamento de refugiados saharaui. FRANCISCO GONZÁLEZ

El acuerdo contenía una regulación solo para la fase de descolonización, pero cuando España se marchó pocos meses después, el frente Polisario constituyó la República Árabe Saharaui Democrática (RASD) que fue reconocida y apoyada por Argelia y Libia como gran suministrador de armamento. Mauritania en 1979 abandonó su papel en el conflicto y Marruecos ocupó la mayor parte del territorio colonial español, quedando el Polisario con la gestión de los campamentos de refugiados del Tinduf que malviven desde entonces con el apoyo de la solidaridad internacional y la protección argelina.

A grandes rasgos ese fue el resultado de la nefasta gestión del proceso de descolonización que realizó la España del todavía entonces régimen franquista y sus estertores. Reconocer la deuda histórica, moral y solidaria que España tiene con este pueblo es una cuestión de justicia que ha venido condicionando la política exterior española en sus relaciones con el Magreb.

Naciones Unidas creó la Minurso (Misión de Naciones Unidas para el Referéndum del Sahara Occidental) en abril de 1991, con el objetivo más de organizar ese referéndum que de velar por el alto el fuego entre Marruecos y la República Saharaui. Ninguno de los dos objetivos se ha cumplido. Marruecos, con el apoyo más o menos directo de Estados Unidos y Francia y la escasa intervención de España, ha modificado las condiciones sociales del territorio y ha continuado fortaleciendo su posición sobre esta región. Si la Unión Africana y casi un centenar de países reconocieron a la República Saharaui, con el paso del tiempo fueron cediendo a las presiones diplomáticas de Marruecos y muchos suprimieron ese reconocimiento inicial. Incluso la Liga Árabe abandonó el apoyo al referéndum y se ha situado junto a Marruecos. Al menos 52 países que habían reconocido a la RASD han cancelado o congelado desde entonces sus relaciones con ella.

La posición de España ha sido la de respetar esta resolución de Naciones Unidas y favorecer un acuerdo que permita la celebración del referéndum. El tiempo siempre ha jugado a favor de Marruecos y desde hace mucho el conflicto se halla en un callejón sin salida. Ninguno de los altos representantes nombrados por el secretario general de Naciones Unidas consiguió algún resultado relevante. De hecho, el puesto estuvo vacante desde mayo de 2019 hasta el otoño de 2021 en que fue nombrado el veterano diplomático Staffan de Mistura, que se encontró con un nivel de conflictividad bastante elevado. Si bien, en noviembre de ese año, se produjo la declaración de alto el fuego decretado por el Frente Polisario ante el agotamiento de su propia población.

Con anterioridad, en diciembre de 2020, la oferta del derrotado Donald Trump a Marruecos de reconocer su soberanía sobre el Sahara Occidental, a cambio de que el reino alauí estableciese relaciones diplomáticas con Israel, iba a suponer un movimiento del tablero con consecuencias que seguramente son las que estamos viendo desde el pasado viernes. Esta decisión, a pocos días de abandonar la Casa Blanca, iba a envalentonar a Marruecos. Incrementó su presión sobre Alemania, que finalmente aceptaría la autonomía propuesta por Marruecos y desencadenó los acontecimientos de la frontera ceutí del pasado mes de mayo, a la que se sumó la ruptura de relaciones diplomáticas entre Marruecos y Argelia en agosto del año pasado. Este es el escenario que llevaba meses sobre la mesa del Gobierno español, con las fronteras marroquís cerradas y con su embajadora en una larga situación de «consultas».

Desgraciadamente en la vida internacional una cosa son los derechos históricos, el legítimo respeto a la legalidad internacional y el cumplimiento de los acuerdos de Naciones Unidas y otra la llamada realpolitik. Ya sabemos que cada uno de los agentes globales exige el respeto a cualquiera de esos postulados de legalidad en función de sus intereses comerciales, políticos, energéticos o estratégicos. En la geopolítica lo que realmente funciona es el peso que tienen los diferentes agentes para hacer valer su papel en la escena internacional. ¿Se puede esto cambiar? Si queremos alguna vez ser una Humanidad mejor debería cambiar radicalmente esa forma de gestionar las relaciones internacionales, pero desafortunadamente el siglo XXI no ha modificado sustancialmente nada con relación a cómo se desarrollan las estrategias de los Estados. Lo estamos viendo. Ucrania sirve también como telón de fondo a este conflicto. Seguramente el principio de nunca tengas dos guerras a la vez juega también su papel. Supongo que ahora somos más conscientes de que desencadenar una guerra es más fácil de lo que se piensa.

Marruecos controla la presión migratoria hacia nuestras fronteras. Marruecos controla algunas de las rutas del narcotráfico. Marruecos es un socio europeo para el control del terrorismo yihadista. Marruecos tiene el apoyo de Estados Unidos también en la administración Biden que, aunque no ha abierto aún la oficina diplomática en el Sahara Occidental, no ha dado un paso atrás en relación a la declaración de Trump.

¿Qué factores han pesado en la decisión del Gobierno de cambiar radicalmente la posición de España en el conflicto? No lo sabemos aún. Conseguir el regreso de la embajadora marroquí de momento ha supuesto la salida del embajador de Argelia, llamado a consultas. Si un socio es estratégico, el otro en relación con el gas, la migración y el yihadismo no lo es menos.

Hay una sucesión de acontecimientos que no podemos dejar pasar por alto. En enero Albares estuvo con Blinken en Washington y afirmó que trabajarían «tan duro como podamos» para alcanzar un acuerdo pacífico. Wendy Sherman, la subsecretaria de estado norteamericana, estuvo en España el pasado día 8 de marzo y se reunió con el ministro de Asuntos Exteriores. En Madrid afirmó que respaldaba las gestiones de Staffan de Mistura para colaborar junto a España en la búsqueda de una solución al conflicto. Inmediatamente después, el día 9, viajó a Marruecos y se reunió con Naser Burita, el homólogo del español. Allí afirmó que el plan de Marruecos para el Sáhara es «serio, creíble y realista». Términos muy parecidos a los utilizados por Sánchez en su carta a las autoridades marroquíes y muy similares a las empleadas en su día por Alemania para cerrar el contencioso con Marruecos en el que también utilizó la fórmula de la carta que posteriormente fue hecha pública por Marruecos y no por el gobierno alemán. Después de salir de Marruecos, Sherman visitó el día 11 de marzo al presidente de Argelia y allí expresó la «importancia de promover la estabilidad regional, incluido el apoyo a la diplomacia dirigida por la ONU sobre el Sáhara Occidental». El 18 de marzo Marruecos hace pública la carta de Sánchez.

Es evidente que Estados Unidos no quiere otro conflicto en el que, además, esté implicado un elemento de la nueva estrategia energética de la importancia que representa Argelia para el suministro a Europa. Sus malabarismos diplomáticos le han llevado a esta ronda de visitas que acaba con el giro de 180 grados en la posición de España. Estoy persuadido de que todos los actores conocían ya el relato a pesar de que Argelia tenga que realizar algunos gestos para mostrar su rechazo hacia la postura de España. Y estoy convencido de que la situación de los refugiados no puede mantenerse por más tiempo en este callejón sin salida. Sin embargo, me quedó con una pregunta: ¿es Marruecos un socio fiable? Los compromisos que se hayan podido adquirir no debieran ser meras declaraciones, el gobierno español debería exigir un acuerdo por escrito en el que no solo nuestros intereses queden salvaguardados. Biden también debería exigir a Marruecos un acuerdo que recoja un proyecto de autonomía tan amplio que pueda ser aceptable y fiable también para los saharauis, pero se me antoja que las urgencias del momento global van a dejar a estos refugiados en una situación muy delicada. Europa ahora no puede permitirse una posición de fuerza con Marruecos, Estados Unidos ha leído el mensaje de este país cuando se ausentó de la votación de condena a Rusia por la invasión de Ucrania en la Asamblea de Naciones Unidas y también la abstención de Argelia, que era esperable.

Muchas son las claves por descifrar, un régimen autoritario «puede» ocultar sus razones, un gobierno democrático debe hacer públicas ante su parlamento las motivaciones de este cambio en la relación con sus vecinos del sur y en el respeto a los acuerdos de la ONU y a los derechos legítimos de los saharauis. De lo oído ayer en el Parlamento solo se deduce que la intención era acabar con esta situación y mejorar las relaciones con Marruecos sobre la base de una cesión a sus exigencias. Las verdaderas razones creo que no se quieren decir porque muestran a las claras la realidad de nuestra debilidad nacional, lo que supongo que ayer el Gobierno no quiso decir. Creo que en el fondo todos lo sabemos, otra cosa es que no queremos aceptarlo. Cada grupo político utilizó su intervención solo en función de su propio interés partidista, pocos pensaron en los saharauis y me parece que ninguno, incluido el Gobierno, fue capaz de decir lo que de verdad hay.

* Director de la Cátedra UNESCO de Resolución de Conflictos de la Universidad de Córdoba.

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