Decía la escritora Susan Sontag en su libro Ante el dolor de los demás que la muerte y la fotografía habían estado unidas desde la aparición de esta técnica artística. Las imágenes post-mortem, las de catástrofes, morbosas, dolorosas o bélicas han estado vinculadas naturalmente a la técnica fotográfica, de modo que este medio artístico es, por su sentido obvio de la realidad, la disciplina que más ha representado la violencia, de entre todas las artísticas.

Estas semanas hemos visto numerosas imágenes como resultado de la invasión de Ucrania. De todas ellas, hay una que es insoportable: la imagen de tres cuerpos en mitad del asfalto, los cuerpos de una madre y dos hijos (maleta en mano) abatidos mientras huían andando.

Saber que esa madre no va a volver a ver sus preciosos hijos ilusionados llevando esas maletas, que no van a tener más vacaciones, que jamás volverán a ver el verano, que no los verá divirtiéndose en una piscina, ni jugando, ni tomando el sol... que han muerto no sólo sus hijos, sino los hijos de sus hijos... mientras huían, con sólo una maleta... es insoportable.

Esta imagen nos hace pensar en el rol del fotoperiodista, que, en esos momentos de peligro, tensión e información, debe fotografiar lo inenarrable. Recordé a Christina Broom, la primera fotoperiodista de Gran Bretaña, activa a finales del siglo XIX retratando las huelgas sufragistas o a soldados durante la I Guerra Mundial. Pero, sobre todo, recordé a Gerda Taro, considerada la primera fotoperiodista mujer en cubrir un frente de guerra, y la primera en fallecer por ello. Ella y su compañero sentimental, el fotógrafo Endre Ernö Friedmann, inventaron un alter ego, al que llamaron Robert Capa y al que publicitaban como un reputado fotógrafo americano en París (de quienes ellos serían los representantes). Al firmar juntos, jamás sabremos qué imágenes correspondían a cada uno. Cubrieron la Guerra Civil española desde el bando republicano y, una vez enfriada la relación entre ellos, Friedmann se quedó con el nombre artístico... por supuesto, los nombres célebres nunca han pertenecido a las mujeres. Gerda no llegó a cumplir los 27 años.

Por desgracia, un siglo después, no hemos aprendido nada y vemos, a través de fotografías, cómo siguen despedazando a inocentes.