Lo macro es una innovación antigua que no ha perdido actualidad. He investigado un poco y parece que el concepto nació con los autoservicios donde los comerciantes se limitaban a colocar cualquier tipo de género y a cobrarlo una vez que los clientes pasaban su decisión por caja. En España, el autoservicio se inició en 1957 con la implantación del primer supermercado, en Madrid. En el sector de productos de gran consumo, los estudiosos diferencian el autoservicio, del superservicio, del supermercado y del hipermercado: todo va en función de la extensión que ocupa el edificio, de la variedad de productos que se ofrecen y de las modalidades de venta (al contado, a plazos, directa, ‘on line’, servicio a domicilio, etc).

La posibilidad macro se ha colado en todos los sectores y resulta indudable que los clientes tenemos grandes y variadas ofertas, pero en mi opinión en lo macro prevalecen escasos puestos de trabajo en proporción al tamaño, disminución de costos, aumento de las ventas y también de ganancias. Con una competitividad feroz, se arrasa con las pequeñas y medianas empresas del sector porque estas no pueden competir ni en horarios ni en precios. Antes de instalar una macro, habría que valorar bien su impacto y beneficios.

Las multinacionales son ejemplo perfecto ya que aparte de demoler entidades pequeñas, si se instalan en un sector estratégico, son capaces de tumbar gobiernos y hasta de comprar países. Una multinacional encierra en sí misma el gen de lo macro pero en los tiempos que corren, ayudadas por la deslocalización y un capitalismo salvaje, tendremos que hablar ya de megamultinacional y de gigaempresas. El tamaño, concretado en los cientos o miles de millones de ganancias y en el número de puestos de trabajo, es superimportante, aparte de las enormes influencias y de sus privilegiadas relaciones con el poder.

Las grandes fusiones bancarias se generan por lo mismo: reducen personal, cierran oficinas, prejubilan, mucho servicio ‘on line’ (los ordenadores deberían cotizar a la Seguridad Social), supresión de sucursales en pequeños pueblos y a esperar que suban las ganancias... todo ello con el consentimiento de los respectivos gobiernos. Me asombra la capacidad que ha tenido la gran banca para alejar físicamente a los clientes y para convertirnos en sus trabajadores, todo ello sin, prácticamente, capacidad de elección.

Por otra parte, están las macrogranjas, que se han ganado a pulso el citarlas aquí. Creo que su existencia responde claramente a la filosofía macro y a una legislación favorable que va de lo local a lo europeo. En España hay más de 3.000 macrogranjas. En Europa supongo que muchos miles más. Las primeras macrogranjas que vi fueron las de aves de corral hace ya muchos años. Nada que ver con los pollos y gallinas que criaba mi madre en el corral o con aquellos que correteaban libres por el campo. Poco después, o simultáneas, fueron las de vacuno, cochinos, piscifactorías, visones o avestruces y cien tipos más de diferentes animales. Aunque sé que pueden abaratar productos y también paliar el hambre en algunos lugares, no me gustan las granjas macro: el consumo de agua es brutal, la acumulación de cacas y pipis raya en la locura con la amenaza de contaminaciones graves, los puestos de trabajo que se crean son mínimos y, como todo lo macro, no distribuyen la riqueza, sino que la concentran.

Será difícil eliminar lo macro porque estamos invadidos: lo macro lo han impuesto en nuestras vidas. Ahí están las macrociudades, los macrohospitales, los macroparques temáticos, el macrobotellón, los macro barcos -cruceros convertidos en ciudades flotantes-, las macrocentrales solares, nucleares o hidroeléctricas, macroaviones (853 pasajeros en clase turista), las macrodeudas como la española, los macroequipos de asesores, los macrogobiernos, los macroacuerdos (ONU, OTAN...) y los macroerrores (la mayoría de las guerras), las macrofábricas, etc, etc... La guinda de oro la pone la macrogigateraempresa que vende en todo el mundo por la red y de cuyo nombre no quiero acordarme. Indudablemente, todo lo macro no es igual, pero el sistema intensivo no me convence. Tengo la casi certeza de que todo lo macro está contaminado de macrointereses y microhumanidad. Lo macro necesita una pensada y unas medidas que lo limiten.

*Profesor jubilado