M=Puta. Está pintado en negro sobre un murete del parque de Miraflores. A cada vuelta que hago corriendo, lo leo. En los bancos cercanos, jóvenes que beben Monster o fuman con adultez impostada o se besan o se rozan, con las mochilas en el suelo, con la ropa demasiado ancha, con un mundo por construir; me entristece sentirlos tan lejos. Ayer era yo, mañana serán mis hijos, hoy solo son ellos, a espaldas del mundo.

¿Quién es M? Me lo pregunto disfrazado de runner, con los fluorescentes y el jadeo. Busco a M mientras transito el circuito de tierra. ¿Una adolescente? María, Manuela. No sé. ¿Quién la llama puta? Un compañero de clase, un ex novio, una amiga envuelta en celos... ¿Por qué? Quizá M se hartó del chaval del polo blanco, de sus cambios de humor, de sus exigencias. Quizá M simplemente se encaprichó de otro. Quizá M y el nene que le gustaba a la chica de flequillo amarillo se conocieron un viernes y se besaron y ya está, porque la juventud es ígnea. O a M le crecieron pronto las tetas. O M se declaró a la adolescente que ahora bebe de una lata de cerveza a sorbos pequeños y no lo vio como un halago, sino como un retorcido insulto.

Son las cinco de la tarde. No encuentro a M pero la veo en todos los rostros. M salta de niña en niña, aterriza sobre las mejillas encendidas de las mujeres que corren a mi lado, a las madres que juegan en el césped con sus hijos, a las señoras que, en chándal y en grupo, caminan ligero. M es todas ellas. M fue, es y será. Porque el insulto atraviesa el tiempo de punta a punta. Porque recuerdo a muchas emes. A Inma, a la que un novio mayor recogía en la moto a la salida del colegio. A Reyes, que usaba camisetas blancas con sujetadores oscuros. A Laura, que me dejó por otro chico de la clase a la semana de empezar a liarnos. Es feroz la palabra. Su alcance. Cuánto daño en cuatro letras. Madurar es un rubor de años.

M=Puta, escribieron en una pared gris del Parque de Miraflores, con severidad inquietante. Con la seguridad del que se siente impune para lanzar a una cara ajena sus inseguridades, sus miserias, su maldad. La peor de las maldades, la que sienten como justa. El terror es defender que hay dolores merecidos. Pienso en ese chico o esa chica entrando a la tienda que un chino regenta bajo su casa. Eligiendo un spray oscuro. Pienso en ese chico o esa chica buscando un lugar visible, quizá frente a las escaleras donde M se sienta cada tarde, esperando que la noche caiga, en ese instante en el que el parque se va vaciando, con la luz del cielo marina, con el ámbar de las farolas. M=Puta. Escribe. Ni siquiera la valentía de poner el nombre completo. Una M que son muchas emes. A puta, sin embargo, no le ahorra ni una letra. Qué rencor o qué rabia electrocutan su corazón. Los dedos manchados de pintura. Quizá la risa cómplice de un amigo. M. Imagino a M leyendo puta. Quizá le hicieron una foto al muro y se la pasaron por WhatsApp. Quizá enviaron esa foto también al WhatsApp de sus compañeros de clase. El escarnio horizontal. Quizá M entró en el instituto y todos cuchichearon. Y esa tarde, en el parque, supo el porqué de esos codazos en el recreo. O ese inquietante «¿Lo has visto ya?» que una amiga le dijo sin querer decirle nada. M pensando en tapar la pintada. M sabiendo que, aun tapándola, el mensaje volverá. M pensando en lo que hizo, o en lo que no hizo, en la vergüenza de ser, que es una vergüenza como una demolición íntima. No querer estar. Y evitar pasar por el parque. Desconfiando de todos. Encerrándose en sí misma.

M=Puta. No hacen falta muros. Lo oigo en las conversaciones, en los desayunos, en las copas de los viernes. No lo escriben adolescentes abúlicos, sino que lo pronuncian adultos con profesiones respetables, con largas carreras, con hijos en uniforme, con hijos con cabellos ensortijados, dulcemente casados, amantes feroces, padres ejemplares, casas con piscina. Lo dicen de sus compañeras, de sus exparejas, de sus jefas, de algunas amigas. No tienen el impulso de fijarlo con spray, pero lo pasean por los bares y la oficina. M=Puta dicen de la mujer que les ignora. M=Puta dicen de la compañera de trabajo a la que se cruzaron en Tinder. M=Puta dicen de la mujer que les manda porque no entienden por qué no son ellos los que le mandan a ella.

Última vuelta al circuito por hoy. Dejo atrás el muro con crueldad garabateado. Lecciones sobre nada. Tengo un compromiso con mis hijos. Quiero sus manos limpias de pinturas oscuras. Quiero su corazón también blanco. Que no sean pequeños creyéndose gigantes. Ojalá pronto algún operario del Ayuntamiento repinte ese murete. Que le vuelva a dar el gris que no debió abandonar. Salir a correr y no ver esas palabras. Palabras que yo también dije. Palabras que aún escucho. Ojalá mi conciencia, la de todos, fuera tan fácil de adecentar como ese muro en el parque de Miraflores.

*Escritor