Es imposible desvincular este Día Internacional de la Mujer de la guerra en Ucrania. Imposible cerrar los ojos ante el drama humanitario y no reconocer las amenazas que vienen de la Rusia de Putin, también para las reivindicaciones feministas. Hoy, los derechos tan largamente luchados deben ser defendidos con fuerzas redobladas. Ningún logro debe darse por seguro y aún queda mucho camino por recorrer. Un camino que se ha poblado de nuevos obstáculos. La crispación, la polarización y el desacuerdo han hecho mella en un movimiento que, aunque históricamente ha acogido múltiples discrepancias en su seno, hoy tiene dificultades para mostrar unidad. 

Lejos de la exhibición de fortaleza de aquella ya mítica Huelga Feminista de 2018, este 8M las manifestaciones feministas se desdoblarán en buena parte de la geografía española. Las diferentes posturas sobre la abolición de la prostitución (no tanto en el reconocimiento del problema, pero sí en cuanto las soluciones a contemplar) y la ley trans (especialmente en la referencia a la autodeterminación de género) han exacerbado el debate hasta dificultar el entendimiento. A las manifestaciones oficiales, transinclusivas, se han añadido concentraciones y marchas alternativas. Por fortuna, en Córdoba no se ha producido esa desunión, aunque sí en otras capitales andaluzas. Pero más allá de las diferencias, abundan los puntos que deberían ser de confluencia. 

La violencia machista, la precarización, la carga mental, las dificultades para ocupar posiciones de poder y la lucha constante contra unos estereotipos de género que pretenden limitar el crecimiento personal y profesional de las mujeres son retos incuestionablemente compartidos por la totalidad de la agenda feminista. Una desigualdad que no solo lastra a la mitad de la población, sino que resta creatividad, ambición y capacidad al conjunto de la sociedad. 

El 53% de las personas paradas en España son mujeres. Aunque la brecha salarial se ha recortado levemente, los hombres siguen ganando más que las mujeres. En Córdoba, un 22,18% más. El techo de cristal continúa limitando las carreras profesionales, las mujeres apenas ocupan entre el 12% y el 18% de los puestos directivos empresariales. Según datos del Observatorio Social de la Fundación La Caixa, las mujeres dedican el doble de tiempo que los hombres a actividades no remuneradas, lo que supone el 67% de la producción no remunerada en España. Si se formalizara, equivaldría a más de 977.000 empleos anuales a jornada completa. La desigualdad se extiende a todos los ámbitos. Desde las instalaciones deportivas a la investigación científica o a las universidades. 

Si miramos al conjunto de Europa, el rostro de la pobreza es femenino. Un proyecto de informe elaborado por la eurodiputada española Lina Gálvez Muñoz apunta que las mujeres se ven más afectadas que los hombres por la pobreza y el riesgo de exclusión social y que, desde 2017, la brecha de género en la pobreza ha aumentado en 21 estados miembros. Desde el inicio de la pandemia, la tasa de empleo de las mujeres ha disminuido de forma acusada y también se ha reducido la intensidad de mano de obra. La vulnerabilidad ha aumentado. Urge incorporar la perspectiva de género en todos los niveles de proceso presupuestario de la UE para reducir las desigualdades de género.

Sin igualdad no hay futuro. El feminismo es imprescindible para construir una sociedad más justa y más solidaria. Los deberes son muchos, ahondar en la diferencia o apostar por visiones reduccionistas solo lo hace más débil, más incapaz. Una pérdida que el conjunto de la sociedad no puede permitirse. El 8M también es la lucha por un mundo mejor.