Una de las escasas razones que he encontrado últimamente para sentir un orgullo modesto de pertenencia a la Unión Europea es que permitirá la entrada de los refugiados ucranianos. Aunque ahora se diga lo contrario, eso choca con Vox, un partido que puede ser tildado de derecha extrema por su encarnizamiento, tan cansino, en el tratamiento de los menores no acompañados, a los que me niego a llamar menas porque el término, de tanto acuchillarlo a populismo, ha acabado criminalizándose. A estas alturas aún parece necesario explicar con detalle que en España, por desgracia, nunca hemos necesitado inmigrantes ni para robar, ni para violar mujeres, ni para matar. Para todo eso, hasta ahora, nos hemos bastado los españolitos. Vox ha dado mucho la vara con los menores no acompañados para encuadrarse en la ultraderecha europea y seguir dando oxígeno al sanchismo, que lo necesita para justificar la coalición que antaño no dejaba dormir al presidente y hoy está tan normalizada como hacer lo contrario de lo que se promete. Sin embargo, esos países que antes eran sus espejo han abierto sus brazos a la inmigración ucraniana.

Pero hasta hace poco, mientras Vox criminalizaba al inmigrante -con matices, pero ha sido así-, se criminalizaba a Vox por un extremismo que jamás se ha aplicado ni a los herederos del terrorismo ni a los separatistas, remando contra sí mismos y sus ciudadanos, poniendo en jaque la convivencia. Podemos se aplicó en asaltar los cielos y nadie podía esperar -porque somos reflejos- que el otro extremo tampoco se afanara en reconquistar la caverna. Pero se ha gastado tanto la etiqueta de ultraderecha refiriéndose a Ciudadanos y al PP, que ya no da miedo, sino que suena a risa. Sobre todo, cuando al mismo tiempo se legitiman, comprensivamente, los homenajes públicos a los terroristas. Como saben los ucranianos, el mal en sí no tiene ideología. Acoger a los inmigrantes, siempre, es el único resto de decencia que nos queda en la tierra.

*Escritor