Hace 41 años, un grupo de guardias civiles a las órdenes del teniente coronel Antonio Tejero perpetró un golpe de estado en el Congreso de los Diputados cuando se iba a votar la candidatura de Leopoldo Calvo Sotelo a la Presidencia del Gobierno. Aquel día, 23 de febrero de 1981, quedó para la historia como el 23F, un numerónimo que nos recuerda una fecha muy cercana a la muerte del dictador Franco. Hoy no es lunes, como aquel famoso día de la historia de España, sino miércoles, cuando se suelen jugar los partidos internacionales de fútbol. En Madrid está trabajando mi hija dando clases de Filosofía y hemos conseguido dos entradas, a 90 euros cada una, en el viaje que la Peña Atlética Belalcazareña AM TONI ha organizado para ver el partido que su equipo va a jugar contra el Manchester United. Estar con mi hija, ver el estadio Wanda Metropolitano y vivir una noche de UEFA-Champions League en un estadio abarrotado merecía la pena. Y además nos borrábamos de la mente por unos momentos la pura y dura actualidad más encendida: dos nombres españoles –Pablo Casado e Isabel Ayuso-, y uno ruso –Putin-, del que algunos dicen que sería necesario ya quitarle el diminutivo. Y tenía la oportunidad de volver a aquellos viajes de estudiante a Madrid en autobuses piratas cuando los conductores te paraban en mitad del campo para “mear a pito suelto”, como hicimos la otra tarde en esos descampados llenos de yerbajos del Wanda Metropolitano cuando el autobús aparcó su viaje en una ciudad tan completa que mezcla la última tecnología con pedazos de campo tan inhóspitos como los de la pobreza de antes de la guerra. Pedro José, atlético de pro y dueño del bar Kariba de Villaralto, junto con su hija María –la única mujer, con Charito, que acudió al evento-, nos citó sobre las 10.30 en el aparcamiento de la piscina de El Viso de los Pedroches, porque iba a desayunar a El Chanclas con Pedro, camarero de El Paisa, y a esperar a Manolo el Pinchi, que venía de las vacas de Vicen. Empezaron a llegar gentes de Córdoba, como Joaquín, Jesús y Francisco Javier Cantador García, colega periodista, que escribe en el Día. Y al poco, sobre las 11.10, apareció el autobús que venía de Belalcázar y que nos llevaría a Madrid, al Wanda Metropolitano, donde el Atléti iba a enfrentarse al equipo de Cristiano Ronaldo. El bar La paloma, de Santa Eufemia, donde ponen ancas de rana, y el castillo de Miramontes, desde se contemplan los cielos de este pueblo de calabreses, nos devuelve a la juventud de estudiantes sin dinero, sin coche y sin AVE cuando las distancias eran tan largas como la infancia y la juventud. Pero permanece intacta la belleza, que madruga y trasnocha desde Los Pedroches hasta Madrid, al que llegamos en siete horas y volvemos a pararnos en aquellos bares y restaurantes manchegos de raciones y bocadillos de queso y tortilla tan abundantes como entonces. Lo único que ha cambiado de Córdoba a Madrid es la distancia del AVE, un tiempo del siglo XXI. La carretera y su vida de pueblos, autobuses y coches es la historia, que a veces se puede disfrutar echándole siete horas, como hicimos el miércoles 23. El Wanda Metropolitano, en el distrito San Blas-Canillejas, es otro punto. Por esa zona está el periódico El País y si te quedas un rato en el aparcamiento del estadio -al aire libre- percibes cómo el mundo empieza a concentrarse allí. Nos damos una vuelta por esta novedad arquitectónica y me encuentro con mi amigo Antonio el Rubio, a cuyo hijo con el que va vi nacer cuando vivía en Infanta Doña María, antes de irse al Higuerón. Esto es un mundo de vistas, paisajes y gentes. Y bares, restaurantes y chiringuitos donde echarte un chupito antes de sentarte en la grada alta lateral oeste, puerta 15, vomitorio 21, sector 509-B, fila 21, asiento 3, a la que para llegar has tenido que estar entrenando un tiempo porque escalar hasta el cielo del mundo es algo difícil. Mi hija nos lleva a los bares cercanos, donde está tomando cerveza el mundo, y topamos con un Volapié, que también existe en Córdoba. Al final de la noche, sobre las once, ves que el universo que mueven autobuses, taxis y combinaciones de mil signos se ha concentrado aquí, en el Wanda Metropolitano, para seguir dejando constancia de la fuerza de un partido de fútbol en Madrid. Casi como hace 41 años, cuando el 23F.