Los días previos al Miércoles de Ceniza, que este año se celebra el próximo 2 de marzo, se conocen históricamente como «Carnaval» o «Carnestolendas», fiestas que surgen en la Edad Media, fuertemente relacionadas con le época de la Cuaresma. Venían a ser como una forma de «coger fuerzas» antes del tiempo penitencial. Y el sentido etimológico, «quitarse de la carne», «despedida de la carne», hacía referencia tanto al alimento como al cuerpo humano, dos de las tentaciones a las que se renunciaban. Este planteamiento se realizaba en la Edad Media, que nada tiene que ver con la «posmodernidad», que vivimos, aunque tanto el carnaval como la cuaresma prosiguen sus celebraciones. Nos viene siempre a la memoria el recuerdo de una película inolvidable, El Gran Carnaval, de Billy Wilder, en la que un gran Kirk Douglas protagonizaba el papel de un sabueso periodista, Charles Tatum, quien había sido despedido de un gran diario neoyorkino, con un buen puñado de fracasos a sus espaldas, pero que seguía dispuesto a explotar a quien hiciera falta para conseguir triunfar. De pronto, se topa con «una historia de interés humano», cuando se detiene en una gasolinera y se entera por casualidad de que hay un hombre, un indio de la zona, Leo Minosa, que, debido a un derrumbe, queda atrapado en una mina en la que buscaba sepulcros indios. Tatum es el único que se atreve a entrar en el interior de la cueva para llevar comida a Leo, le anima, le da valor y le hace una fotografía que atrae la atención del público. Un ejército de técnicos tratan de salvar a aquel hombre, atrapado en las entrañas de la tierra, apuntalando las paredes, de una forma sencilla, que duraría solamente unas horas. Pero el periodista convence al sheriff, que ambiciona el favor popular para su reelección y pone en práctica otro plan que consistía en perforar la montaña desde arriba, lo que supondría una semana de trabajo. Tatum no duda en hacer todo un montaje alrededor de esta tragedia y se organiza un auténtico circo en el lugar, un «gran carnaval», donde lo que menos importa es la víctima y el riesgo de muerte que corre. Decenas de feriantes, atracciones y puestos de comida, carromatos y trenes, convierten la zona en un negocio, a costa de aquel pobre hombre atrapado en la mina que termina en un fatal desenlace. La película, a pesar de los años que han transcurrido desde su realización, mantiene una palpitante actualidad. Aquel periodista camina junto al desenfreno y lejano a la moderación. Y va dejando morir a un pobre hombre, con tal de que la gente se divierta y no decaiga el espectáculo.

Por eso, tras el carnaval, llega la cuaresma. Y vuelve a brillar sobre nuestras frentes un poco de ceniza, mientras escuchamos, como un susurro para el alma, las palabras del sacerdote: «Conviértete y cree en el Evangelio». Junto a esta ceniza no brilla la muerte sino la vida. En lontananza, contemplamos la Pascua, la resurrección. Quevedo la vislumbró en sus versos admirables: «Alma a quien todo un Dios prisión ha sido: / venas que humor a tanto fuego han dado, / médulas que han gloriosamente ardido; / su cuerpo dejarán, no su cuidado: / serán ceniza, mas tendrá sentido; / polvo serán, mas polvo enamorado». Y un grupo de religiosas, allende los mares, en su pequeño poblado de misión, imponiendo la ceniza a aquellas buenas gentes, les decían como fórmula más cercana y entrañable: «Acuérdate de que eres fiesta y de que en fiesta te has de convertir». Hoy, el carnaval, con sus «grandes carnavales», como el que se nos ofrecía en la película de Billy Wilder. Y dentro de unos días, la ceniza y la cuaresma. La pancarta para creyentes y no creyentes lo dice bien claro: «A Dios no se le encuentra al final de un razonamiento docto, sino al final de un camino recorrido con ojos y corazón abiertos de par en par».

** Sacerdote y periodista