El momento es histórico y decisivo. El mundo ha cambiado irremediablemente esta semana y todos hemos sido testigos, estamos siéndolo.

En efecto, el pasado jueves 24 de febrero pasará a la Historia no ya sólo como el día en que las fuerzas armadas de Rusia atacaron a las de Ucrania (en una guerra que Rusia puede argumentar, técnicamente, que no es ya una invasión, sino en defensa de las dos repúblicas rusófonas de Lugansk y Donetsk que reconoció como independientes días antes del ataque), sino como el día que se acabó -o se terminó de confirmar el fin- del mundo unipolar protagonizado por EEUU como superpotencia única, un periodo de 30 años justos inaugurado en diciembre de 1991 con el fin de la URSS y que, no obstante, comenzó su caída en 2008 con la victoria de Rusia en Georgia y el auge económico imparable de China a lo largo de esa primera década del siglo.

Es más, podemos incluso considerar, que el mundo que termina es el inaugurado en 1945 con el fin de la Segunda Guerra Mundial y que a partir de ahora nos enfrentamos a un periodo totalmente nuevo y abierto en cuanto a posibilidades de futuro, con tres grandes superpotencias bien reconocibles: EEUU, Rusia y China. Con todos los actores secundarios y terciarios que se quiera, escorados más a un bloque o a otro.

Desgraciadamente, Europa vuelve a ser el campo de batalla en el que se dirimen las diferencias entre grandes superpotencias, una vez más. Pero, ojo, no es la primera vez desde 1945, sino desde 1999, cuando la OTAN atacó durante dos meses y medio a Yugoslavia para forzar la separación de Kósovo, hoy día un narco-Estado sólo reconocido por el 55% de los miembros de la ONU, una intervención militar imperialista de la superpotencia única y sus aliados o vasallos que causó cerca de 6.000 víctimas, el 90% civiles.

Un nuevo enfrentamiento en Europa, decimos, en el que salen ya perdiendo, en primer lugar los ucranianos que sufren directamente la guerra, la destrucción y la muerte; y en segundo lugar, el resto de Europa, España incluida, con un alza tremenda de los precios del gas, la electricidad y materias primas como los cereales. Falta de independencia europea y de soberanía española antes los EEUU, causante de pobreza y debilidad en nuestras sociedades que, por otra parte venimos señalando algunos desde hace al menos 14 años en diversos artículos aquí en Diario CÓRDOBA y hace mucho más tiempo en otros foros sociales, culturales y políticos.

España, sometida hoy a los intereses políticos, económicos y militares anglosajones –entre otros-, es sin embargo una patria antigua. Y sus hijos, los españoles, somos un pueblo sabio y amante de la libertad y los valores que hoy, sin embargo -y por diversas razones-, ha perdido su memoria, parte de su propia cultura y su conciencia, tan valiosas. Y lo son, entre otras razones, porque en la enseñanza de su vieja historia, nos encontramos grandes ejemplos de sabiduría como el de nuestro paisano Séneca, que en su tragedia Medea se preguntaba: «Cui prodest scelus, is fecit», que traducido viene a ser: «Aquel a quien beneficia el crimen, es quien lo ha cometido». ¿Quién es el máximo beneficiado ahora?

Bien, puede decirse que Rusia acabará controlando o invadiendo toda Ucrania o parte de ella, a la que considera cuna de su nación en el siglo IX con la Rus de Kíev (algo así como Toledo o Asturias para los españoles). Sin embargo, el enfrentamiento con el resto de Europa le perjudica mucho, pues los lazos comerciales (también con España y con Córdoba en particular) son enormes. Sin ir más lejos, el cierre del gasoducto North Stream II producido apenas un día antes del inicio de hostilidades, trunca un proyecto ruso-europeo preparado durante años para suministrar gas al continente. ¿Entonces?

La explicación cae por su propio peso: EEUU y el bloque anglosajón de Occidente ha tensado y forzado la situación hasta el extremo, buscando provocar una nueva guerra (EEUU han sido siempre expertos en esto), dejando militarmente abandonado al instrumento de dicha presión (Ucrania), negando a Rusia cualquier posibilidad de acuerdo económico tratándola como si fuera un paria (palabras textuales de Biden), cuando resulta que Rusia es una nación de larga historia y economía potencialmente enorme (gas, petróleo, agua, madera, trigo, girasol…). Algo que las potencias menores europeas sí entienden, pero que finalmente han obviado, siguiendo el juego de EEUU.

Así, a Rusia se le ha arrinconado, embargado y presionado, en lugar de buscar puentes de entendimiento. Y tras un incremento preliminar de enfrentamientos militares entre un gobierno de Kíev armado por la OTAN y fuerzas prorrusas de las repúblicas del Donbás, Vladímir Putin se ha lanzado al ataque declarando formalmente la guerra (algo que no se veía desde hacía por lo menos 108 años) y cambiando la historia y la geopolítica mundial para siempre. Esperemos, por el bien de todos, que la guerra acabe cuanto antes y se llegue a un acuerdo de paz.