Como las generaciones de las hojas así las de los hombres. Así le dice el guerrero troyano Glauco al aqueo Diomedes deteniéndose en mitad de la batalla al reconocerse según nos cuenta Homero en La Ilíada. Y prosigue Glauco: «Esparce el viento las hojas por el suelo y el bosque las hace brotar de nuevo cuando reverdece, al llegar la primavera/ Igual ocurre con los hombres: una generación brota y otra perece».

La guerra es el padre de todos las cosas dijo tres siglos después Heráclito indicando que, aunque la humanidad aspira constantemente a la paz, la guerra es intrínseca a ella porque todo cuando existe está en permanente conflicto, comenzando por los hombres, siempre en guerra con nosotros mismos. Como dice Kobo Abe, el escritor japonés, la paz como antítesis radical de la guerra no existe, solo es una ilusión, porque la paz significaría el vaciamiento absoluto de las pasiones.

Estamos viviendo estos días dos guerras, una política y militar entre dos países (y alguno más en la sombra) y otra política y personal en el nuestro, las dos perfectamente identificables y equiparables a todas las que la humanidad ha vivido en su historia. Desde sus primeros tiempos, las guerras militares y políticas han tenido las mismas características, solamente cambian las formas. El poder, el motor del mundo, es el mismo desde la prehistoria y nada cambia en él excepto la manera de disputarlo y las armas. Perfectamente Putin y Zelenski, los presidentes ruso y ucranio, o Pablo Casado e Isabel Ayuso, los dirigentes del Partido Popular español, podrían detenerse en mitad de la batalla y repetir las palabras de Glauco, esas que nos acompañan desde hace veintiocho siglos. Como él (y como su adversario el aqueo Diomedes), tanto Putin como Zelenski y como Casado y Ayuso forman parte de la especie humana, esa que muere y se reproduce con cada generación. Pero no lo harán. Como los guerreros homéricos continuarán con su lucha a muerte porque la ambición y el odio han hecho ya mella en ellos. Gane quien gane será la guerra la que triunfará, ese padre del que todo viene y que nos acompaña desde que existimos y que se reproduce con cada generación.

De poco nos ha servido la historia del siglo XX (ni la de todos los siglos anteriores) cuando vemos cómo estamos a punto de repetir sus peores pasajes con consecuencias aún más imprevisibles por la capacidad destructiva del armamento actual, en el caso del enfrentamiento en el este de Europa. En el de la política española lo que se repiten son los modelos inveterados, esos que han inspirado tantas novelas y tanto cine, desde las intrigas y luchas palaciegas de la antigua Roma a las de la Florencia del Renacimiento. Esa continuación de la guerra por otros medios que es la política en poco se distingue de la militar salvo en la asepsia, pues la crueldad moral puede llegar a ser peor que la física. Las imágenes de estos días en las trincheras del Partido Popular no se diferencian tanto de lo que vemos en las que separan Ucrania y Rusia al margen de los uniformes. Los rostros de los contendientes lo dicen todo sin necesidad de hablar. Y la tensión que destilan contamina tanto la paz como los bombardeos. Que desde Homero nada ha cambiado y que, como señalaba Heráclito, la guerra sigue siendo el padre de todas las cosas es algo que ya sabíamos pero apena volver a comprobarlo. Dijo Strindberg: siento lástima del hombre. Y sus palabras también resuenan junto con las de los anteriores.