La telenovela de odios, amores, traiciones y política protagonizada por el PP en la última semana me ha hecho rememorar una lapidaria frase de Winston Churchill. Recordarán ustedes que el parlamento británico tiene una disposición distinta a nuestro congreso de diputados. No se sigue allí la poética disposición en círculo que a todos ampara, sino la confrontación de gradas: los unos se sitúan al frente de los otros, con las estrellas de cada partido delante y su tropa detrás, y desde allí se enfrentan cara a cara. Pues bien, un joven diputado tory se refirió a los contrarios como «los enemigos de enfrente», a lo que el viejo zorro respondió algo así como «no, querido, los que están enfrente solo son adversarios, a los enemigos los tengo detrás».  

Esto, si no lo sabían, lo saben ahora muy bien Cifuentes y sus cremas desveladas, lo sabe la aristocrática Cayetana y lo sabe esta Ayuso de mirada extraña. Parece que al PP le gusta usar el toque femenil pero, si las féminas se les salen de madre, guillotinan reinas cual jacobinos. O lo intentan. No tengo nada claro que les vaya a salir bien esta vez y que el homicidio no acabe convirtiéndose en suicidio. España es un extraño país que, cuando decide amar a alguien, no se baja del burro fácilmente. Y Ayuso tiene su público. Más que Casado

Reconozco mirar el asunto desapasionadamente, desde una gran distancia ideológica y sentimental, con ganas de pedirme un bol de palomitas e intentando sacar de todo esto alguna enseñanza filosófica. Imagino la cantidad de gente que está disfrutando de verdad, desde dentro y fuera del partido, con la posible caída en desgracia de enemigos o adversarios. El suspense. La emoción. El temor. La esperanza. La simple diversión. No es inteligente regalar tanto espectáculo gratis. Nunca fue un signo de inteligencia pasarse de listo. 

* Filóloga y escritora