En la cuestión ucraniana asistimos desde hace semanas a una gigantesca partida de ajedrez geopolítica. Se trata de un episodio más de la nueva guerra fría que comenzó hace 15 años, cuando Vladímir Putin denunció (en la Conferencia de Seguridad de Múnich de febrero de 2007) el unilateralismo estadounidense imperante desde 1991 y las promesas incumplidas de la OTAN con su expansión hacia el Este.

Efectivamente, la guerra psicológica y de desinformación que se está librando estos días es de tal calibre, que habría que remontarse décadas atrás, a la anterior Guerra Fría entre EEUU y la URSS o a los prolegómenos de la II Guerra Mundial, para ver una situación igual; pero en el marco del mundo global de pleno siglo XXI.

La desinformación como arma de guerra no es nueva, en absoluto. Pero llevada a escala global e instantánea es algo que los ciudadanos deberíamos tener muy presente para no dejarnos engañar y saber discernir por nosotros mismos, porque -esa es la diferencia con épocas pasadas- penetra en nuestras vidas a golpe de clic, en un día a día en el que las noticias son cambiantes, confusas y sensacionalistas (con esto último me refiero especialmente a los anuncios de «guerra inminente» por parte de EEUU, Reino Unido y la OTAN, que son constantes desde diciembre).

¿Habrá pues, en breve, una invasión rusa de Ucrania, como se nos ha venido diciendo...? Desde los centros de poder y mediáticos anglosajones -que son los que predominan y más influyen en Occidente- es algo en lo que se insiste sin cesar. E incluso se había anunciado, en el paroxismo de la tensión, que probablemente iba a producirse este miércoles, declarado oficialmente en Ucrania como «día de la unidad».

Por parte de Rusia, sin embargo, se tachan de «histeria occidental» tales anuncios; mientras por otro lado lleva a cabo en su territorio y en el de Bielorrusia unas ingentes maniobras que ya parecen empezar a tocar a su fin (retirada inicial rusa que la OTAN ha calificado de «no desescalada»). Y entretanto, ambas partes se acusan mutuamente y avisan de inminentes posibles ataques provocados de falsa bandera, que justificarían la entrada en guerra de cualquiera de los ejércitos en liza (recuérdese lo que le sucedió a España y EEUU el 15 de febrero de 1898 con el acorazado ‘Maine’).

En todo esto, Ucrania no es sino un instrumento de las partes, otro capítulo de esta segunda guerra fría, como lo fue Georgia en su momento y así lo señalamos en nuestro artículo de Diario CÓRDOBA ‘Georgia o la guerra fría multipolar’, de 5 de septiembre de 2008, en el que también anticipamos que Crimea y Armenia-Azerbayán lo serían también en el futuro; al igual que Irán -en el que se ha librado y se libra una verdadera guerra híbrida similar a la que ahora mismo se libra en Ucrania-, Afganistán y países árabes como Libia y, por supuesto, Siria; en la que por cierto Rusia ha ganado la partida a EEUU.

¿Qué pasará finalmente? Lo veremos muy pronto... Mientras tanto, continúan las negociaciones y tenemos algunas pistas. Dirigentes occidentales, como el alemán Scholz, ya han descartado que Ucrania pueda entrar en la OTAN; algo que pide Rusia desde el principio. A la vez, la Duma rusa ha solicitado que la región rusófona ucraniana del Dombás sea reconocida como independiente (lo es de facto desde 2015), lo que la acercaría aún más a Rusia. Cualquiera de esas posibilidades decantarían la balanza por el lado ruso sin haberse librado ningún tipo de guerra convencional.

Todas estas negociaciones, en efecto, no las vemos, son secretas, y en ellas Europa en general, y España en particular, reconozcámoslo ya, somos meras comparsas o colonias de EEUU: recordemos, como ya comentamos en otro artículo nuestro en Diario CÓRDOBA titulado ‘Sanciones rusas’, de 10 de agosto de 2014, que esta tensión EEUU-Rusia a quien más perjudica es a los países europeos: tan solo las sanciones que en el sector primario ya aplicamos entonces a Rusia, por indicación estadounidense, perjudicaron directamente a España con pérdidas económicas directas de cientos de millones de euros anuales.

En definitiva, se está jugando no solo cientos de miles de millones de euros en armamento y fuentes energéticas, sino el papel geoestratégico que tendrán a partir de ahora EEUU y Rusia como superpotencias. Sin perder de vista el principal gran rival tanto geopolítico y económico estadounidense, China, que juega su propia partida en Taiwán y el Pacífico. Se trata, en fin, de dilucidar hasta qué punto el mundo sigue con una superpotencia única, EEUU, o se consolida el multilateralismo defendido por Rusia y China desde hace 15 años. Y en lo que respecta a nosotros, europeos y españoles, debería determinarse si seguiremos haciendo la política del mundo angloatlantista o dirigimos nuestros propios destinos para, entre otros asuntos, no participar en guerras que no son las nuestras. Pero ese debate, me temo, sigue sin estar sobre la mesa salvo en contados foros minoritarios.