Dicen los que saben, que nos traen a este mundo sin pedirnos permiso y nos vamos de él, en muchas ocasiones, sin querer marcharnos y ambos instantes lo vivimos en soledad.
Estoy de acuerdo con la primera parte. Nacemos en soledad, pero también es cierto, que muy pronto el roce cálido y la atención a nuestras necesidades alivia nuestra desvalidez. Aprendemos, la eficacia que tiene un gesto de gratitud, como una sonrisa o un dibujo. En estos primeros años de vida descubrimos que DAR tiene efecto en nuestro entorno próximo y en nosotros mismos. Con el desarrollo de las capacidades que nos hace algo más autosuficientes, iniciamos un camino en el transitamos en la búsqueda de lograr satisfacer nuestras necesidades.
Siendo parte de un grupo y teniendo reconocimiento por parte de este, generamos sensación seguridad y aliviamos la angustia que produciría crecer aislados.
Todo cambia cuando la atracción determinada por la polaridad en la relaciones humanas y las habilidades sociales, nos muestra de nuevo, que COMPARTIR y dar, derriba barreras y nos aproxima al otro. En él descubrimos necesidades que cubrir o sufrimiento que aliviar. Nuestras necesidades, que hasta este momento habían alimentado nuestro aislamiento, pasan a un segundo plano o desaparecen. Algunos llegan a la conclusión de que dar o darse al otro, es el mejor de los propósitos vitales y alivio de la soledad profunda que nos acompaña desde el principio.
Con esta perspectiva última, afrontan parejas de enamorados etapas duras marcadas por la enfermedad. Presencio acompañamientos amorosos en el que ambos dos cargados de cuidado cálido mutuo, respeto y disposición atenta a cualquier necesidad, renuncian a sí mismos, dan muerte a su individualidad, para fusionarse en el otro, en definitiva SE AMAN.
Cuando esto ocurre, y doy fe de que en ocasiones pasa, la soledad profunda que nos acompaña al nacer, deja de estar presente en nuestras vidas y cuando sin quererlo, nos hemos de marchar.
A vosotros feliz día de San Valentín.
*Doctor cordobés experto en Oncología
