Estoy en el Teatro Cómico Principal --enfrente de la Fundación Gala--, el edificio que fue sede del Real Centro Filarmónico Eduardo Lucena, donde ensayaban sus músicos, en la calle Ambrosio de Morales, una de las vías de más historia de Córdoba, donde estuvo en su día el Ayuntamiento, la Real Academia, la Fonda Rizzi, el Café Suizo y el comienzo de la estrecha calle del Reloj, donde me hicieron mi primer traje hace ahora 50 años. El salón está repleto de público y en el escenario el periodista de Pozoblanco Félix Ruiz Cardador está entrevistando a mi paisano Pablo García-López en el espacio titulado Encuentros en el Cómico, que para eso es un tenor que ya ha alcanzado fama. Cierro los ojos y oigo la voz del entonces Pablito en aquellas siestas de las vacaciones de verano en Villaralto en la casa de su padre, al lado de la mía. Un muchacho inquieto que iba desde la iglesia hasta el escenario del Salón Polivalente en aquellas tardes-noches donde además de ayudar a misa montaba espectáculos musicales con los jovenzuelos a los que convencía. En la música que se colaba en mis oídos en aquellas siestas de silencio con sudor y en el trajín casi diario de sus ensayos en aquel salón polivalente tengo colocado el comienzo de la vocación musical de Pablo García-López. Luego, cuando me lo encontraba en Córdoba por la calle, me contaba que estaba estudiando en el Conservatorio y que pensaba dedicarse a la música. Ahora estoy en el Teatro Cómico Principal de la capital, de Córdoba, y lo veo a él en el escenario como protagonista total, lejos ya aquellos veranos del pueblo donde, todavía niño, comenzó a cincelar su futuro. Ahora lo he oído hablar de Plácido Domingo, Carmen Blanco, Natalie Portman, Zubin Mehta, Pedro Lavirgen, Andrea Bocelli, Berlín, Israel, la Toscana y de Salieri y Salzburgo, la ciudad donde después de ver la casa donde nació Mozart tomé un cubalibre con dos raciones de ginebra, que las vendían caras y pequeñas. Es un Pablito espontáneo, lleno de sensibilidad y naturalidad, que ha contado que le decía el director López Cobos que ser tenor en Córdoba era lo mismo que torero en Estrasburgo. En el cartel de este encuentro Pablo aparece en una fotografía de ahora pero también transformado en Mozart, exhibiendo la realidad de que, afortunadamente, se puede ser tenor en Córdoba. 

En la Casa Góngora, un cordobés tan peculiar como su poesía, de difícil comprensión aunque llena de oscuros cultismos, ha estado abierta la exposición Ginés Liébana: el festín infinito. Instantes de una vida. Liébana, un jiennense con tendencia cordobesa, que ya ha cumplido los cien años, ha dejado nota de las vivencias de su vida en este espacio de la calle Cabezas, al lado de la torre fortaleza de la casa de los Marqueses del Carpio, donde la tradición sitúa la residencia del padre de los siete infantes de Lara. Hasta hoy se ha podido disfrutar con la esencia de una personalidad tan peculiar, rica y casi imposible como la de Ginés Liébana, un escritor, poeta y sobre todo pintor tan irrepetible como activo, que ha sabido combinar lo absurdo con la genialidad. Liébana es una insignia de esa Córdoba oculta aparentemente cuyo corazón latió en su tiempo con sesiones sociales de aquella España que se reunía en su salón de Madrid y comía lentejas los miércoles. Ginés Liébana es, en la apariencia y la realidad más festivo que sus poetas amigos del Grupo Cántico, un celebrador de la vida con ese «festín infinito» de sus cien años que dan pie a que lo tachen de precursor de la movida madrileña.  

La otra tarde tuve la suerte de caminar por la estrechez de algunas calles de Córdoba en las que me encontré con el tenor Pablo García-López y con los «instantes de la vida» de Ginés Liébana, dos artistas que pertenecen a la esencia del patrimonio de Córdoba.