Entendemos por casa, nuestra casa, el edificio que nos cobija, nos protege de la intemperie y alberga nuestra intimidad. Es el domicilio habitual en el que recibimos las cartas, aunque solo sean del banco o de publicidad. También es el lugar en el que entregan las comidas a domicilio y los productos pedidos por internet. En la acepción de hogar hemos de admitir cierta calidez, familia y detalles que manifiestan nuestra identidad. Así pues, toda casa no tiene, necesariamente, la impronta de un hogar. En cualquier caso, no es poca cosa, sea casa u hogar. Siempre que he visto a algún transeúnte durmiendo en el cajero de una entidad bancaria, a la entrada de un bloque de vecinos o bajo el soportal de un local comercial he pensado en la suerte que tengo de tener una casa. En palabras de Lourdes, mojina de pro, tener casa es un regalo, y más después de las inundaciones que sufrió Alcaracejos. Lo certifico. Disponer de una casa, un hogar, o simplemente de una habitación, supone un gran alivio: es un refugio que nos defiende ante el calor y el frío y donde compartes dificultades, preocupaciones, alegrías y secretos. Tener un espacio para ti y los tuyos, con tus cosas, tu sofá, tu música, tus papeles, tus herramientas o tus libros, es lo más.

Pero claro aquí nada es gratis. Lo gratis no existe. Todo se paga. Alguien lo paga. Una casa, por mucho que sea tuya o del estado, tiene que pagar contribución, comunidad, seguros, mantenimiento, reformas, luz, agua, basura, etc, etc. Creo decir bien si afirmo que habitar una casa es caro. Al menos no es barato. Los alquileres -temazo- los dejaremos para otro momento. Siempre la casa ha sido, y es, un asunto político de primer orden que hay que clarificar. La Constitución Española del 78 se mueve entre el derecho a disfrutar de una vivienda digna y adecuada, derecho no exigible a los poderes públicos aunque estos establecerán las normas pertinentes para hacerlo efectivo, y el interés general. Algo parecido ocurre con el derecho a la propiedad privada y a la herencia: se reconocen ambos derechos y a continuación se cita su posible privación justificada en la utilidad pública o el interés social. Más o menos se dice una cosa y casi su contraria y es ahí donde izquierda y derecha encuentran márgenes para poner sus acentos y abogados y jueces tienen que hilar muy fino. Las guindas del pastel terminan por ponerlas las legislaciones autonómicas.

La casa es un archivo de singularidades, un cofre de vida: relaciones, intimidad familiar, documentos, regalitos, detalles entrañables heredados, fotografías de eventos familiares, conversaciones irreproducibles (menos mal que las paredes escuchan pero no hablan), etc. Cada casa es un mundo, se suele decir. Los hogares son templos civiles que la sociedad debería proteger a tope. Primero porque la ciudadanía se sienta segura: un hogar violado es uno de los mayores atentados a la libertad. No es algo trivial ni aceptable. Las rejas han convertido los hogares en prisiones, desnaturalizando por completo el significado de la palabra casa: Puertas blindadas, alarmas, cámaras de TV, etc... asemejan las casas con las cárceles. Para mí cada reja, cada alarma, cada puerta blindada significa un fracaso social y político. Segundo porque los hogares suministran suculentas sumas de dinero al Estado y a muchas empresas. Falta pedagogía de los poderes públicos sobre lo que es realmente un hogar y sus implicaciones.

Si quieren saber el valor de una casa pregúntenles a los vecinos de la isla de La Palma. La voracidad del volcán Cumbre Vieja ha sido total. Los vecinos han visto en directo como la lava penetraba en sus casas y al poco tiempo esta navegaba encima de un rio de fuego como si fuera un barco de papel en el agua. Un naufragio absoluto: el trabajo de años, los ahorros de años, los recuerdos de años, ropas, fotografías, documentos, muebles, vajilla, libros... todo engullido y abrasado al momento. Y esa impotencia atroz viendo el triste espectáculo...

Una reflexión más: La vivienda primero fue necesidad, luego fue una inversión familiar y ahora es un enorme negocio salvo en la España vaciada donde es una auténtica ruina porque la oferta es muy superior a la demanda. Si se quiere fijar población algo tendrán que hacer con todas esas casas heridas por el tiempo, hogares convertidos en macetas enormes donde la higuera reina en medio de paredes tililantes y destripadas.

Para Miguel Ríos Granada era su hogar, un lugar donde las «cosas» y su gente lo retendrían para siempre y lo harían feliz, que no es poco. No es mala definición.