Una de las armas periodísticas más eficaces para causar impacto en los lectores es la de los titulares de las noticias. No es fácil encontrar un buen titular que responda al contenido de la información que se ofrece, ni tampoco es fácil atinar con las palabras adecuadas que, por una parte atraigan, y y por otra, respondan a la realidad de su contenido informativo. Cuántas veces podemos encontrarnos con un titular alarmista, que no es para tanto, o con un titular que soslaya el interés informativo de los hechos. Sirva este pequeño pórtico para que nosotros, los lectores de los periódicos, tengamos en cuenta que la verdad completa de complejas realidades no puede «sustanciarse» en una frase, sino que necesita de una extensa explicación. Por ejemplo, el titular de este artículo, -‘La rápida secularización de la sociedad española’-, ¿ofrece con exactitud la realidad? Depende de los datos que elijamos, del verdadero significado de esos datos y de las causas y consecuencias que hayan intervenido. La verdad es que existe una realidad palpable, basada en los datos: en España, el proceso de secularización se ha producido en 20 años, de una forma más rápida que en otros países como Francia. ¿Qué ha pasado? ¿Cómo se explica esta rápida secularización de la sociedad española? ¿A qué se debe? Los expertos no dan una sola respuesta sino muchas a este radical cambio registrado en la ciudadanía y que, advierten, no solo se ha producido en España sino en toda Europa. Eso sí, en España ha sido muy rápido porque empezó más tarde. Aquí ha pasado en apenas veinte años, como muestran las estadísticas. En otros países, como por ejemplo Francia, la secularización ha sido más lenta y más larga. En el país vecino, hacia 1965, el 94 por ciento de la población francesa estaba bautizada y el 25 por ciento iba a misa todos los domingos. En la actualidad, solo el 2 por ciento va a la iglesia y no pasan del 30 por ciento los menores de 7 años que están bautizados. En España, según señala el sociólogo Javier Elzo, el fenómeno de la secularización tiene que ver con el periodo anterior de «confesionalización», en la que el catolicismo era, sin lugar a dudas, la religión del Estado. Pero hay más razones para entender la secularización de la sociedad, claramente medible a través de los estudios de opiniones del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS): desde el 2006, primeros datos, el número de ciudadanos que se considera católico ha descendido en 10,4 puntos. Y los expertos creen que el número de católicos en España descenderá aún más, que el proceso de descristianización proseguirá. Según una encuesta desarrollada por la firma WIN/Gallup International a cerca de 64.000 personas en 65 países, España se sitúa en el puesto 16 de los Estados menos religiosos del mundo. Pero todos estos datos poco importan en el mundo de la fe, en nuestra relación con Dios. ¿De verdad el catolicismo español ha respondido a las exigencias evangélicas, -«el encuentro con Cristo, la experiencia personal»-, y se ha plasmado en una realidad coherente y eficaz o ha sido más bien un cristianismo sociológico, tradicional y costumbrista? Lo que define a un cristiano no es solamente el ser virtuoso u observante, sino el vivir confiado en un Dios cercano por el que se siente amado sin condiciones, el llevar a las entrañas de la sociedad y vivir con coherencia los valores del reino de Dios: verdad, amor, justicia y libertad. La fe es siempre una experiencia personal. La fe no es adhesión a una doctrina, sino una relación íntima, personal e intransferible con el Misterio profundo que anima y sostiene a todos los seres. Creer es apostar, adherirse a Cristo, ponerse en sus manos. Encontrarse con Dios significa sabernos acogidos por él en medio de la soledad, sentirnos consolados en el dolor y la depresión, reconocernos perdonados del pecado y la mediocridad, sentirnos fortalecidos en la impotencia y caducidad, vernos impulsados a amar y crear vida en medio de la fragilidad. Como decía el gran pensador Jean Guitton: «No creo que la fe sea fácil. Sé que es oscura. Veo que la mayor parte de mis contemporáneos, y los más ilustres, no participan de ella. Y esto es un dolor constante, aunque no una razón para dudar, al menos para mí». ¡Estos bellísimos mensajes, y no las frías estadísticas, son los que de verdad valen cuando hablamos de Dios!

** Sacerdote y periodista