Iba a dedicar estas líneas a las manifestaciones de Pablo Iglesias hace unos días, que me dejaron atónito ante el arrebato de sinceridad de quien fuera vicepresidente del Gobierno: «yo ya no soy político, puedo decir la verdad». Y aunque tiene mucho que cortar dicha afirmación y la delación que realiza de sí mismo y sus excompañeros de profesión, pasando por la clásica pregunta del líder mundial del excepticismo, un tal Poncio Pilato, que recordarán «¿Y qué es la verdad?»; prefiero levantar la mirada del fango y ponerla en otros lodos. Al margen de la acometida rusa sobre Ucrania, y el tablero de la geopolítica con sus intereses que tantas opiniones concitan, incluso por quienes no saben ni dónde está Ucrania, todo el mundo comenta en estas fechas como tema estrella del momento, desconocemos si por el efecto de la cuesta de enero, el encarecimiento del coste de la vida. Que si han subido las materias primas, que si la factura energética alcanza máximos históricos, que si no hay quien llene el depósito del coche, que si los convenios laborales hay que revisarlos, que si el Indice de Precios al Consumo está desbordado, que si la actualización de las pensiones...

Y estando en esto, que es verdad, nos informan las noticias sobre la caravana de dos mil personas, compuesta por familias completas de hondureños, nicaragüenses, salvadoreños, venezolanos y cubanos principalmente, que han salido con el hatillo y la casa a cuestas literalmente, y se han marchado desde Tegucigalpa en dirección a los Estados Unidos, haciendo casi cuatro mil kilómetros a pie de un recorrido incierto, para llegar a un destino que les ofrezca mejores posibilidades de vida. O eso creen en su desesperación y cruda realidad. Las imágenes de esa caravana humana y las entrevistas a sus protagonistas son estremecedoras. La violencia, la corrupción y la miseria de Centroamérica lastra a millones de personas, con las que tenemos unos vínculos históricos y culturales, que nos interpelan especialmente. Ya lo denunciaba hace 30 años el dominicano Juan Luis Guerra, a ritmo de bachata: «El costo de la vida sube otra vez/ El peso que baja, ya ni se ve/ Y las habichuelas no se pueden comer/ Ni una libra de arroz, ni una cuarta e café/ A nadie le importa qué piensa usted/ Será porque aquí no hablamos inglés». Como aterrador es el recibimiento de gases lacrimógenos, porras y escudos que tuvieron los integrantes de aquella marcha en la vecina Guatemala a cargo de la Policía. Realidad a la que sumo el informe de Foessa sobre los millones de personas en pobreza y exclusión en nuestro país. Imagen en la que incluyo los 439 inmigrantes rescatados en el Mediterráneo por el Geo Barents -7 de los cuales murieron de frío en alta mar- , y los más de 400 inmigrantes subsaharianos repartidos en 9 embarcaciones, de ellos 60 mujeres y 24 menores, que fueron rescatados en las aguas canarias por Salvamento Marítimo apenas hace unas horas. El penúltimo episodio de este drama que tenemos tan cerca. Nada que ignoremos, y que apenas son un botón de muestra de la situación que vivimos, aunque no sea portada o no queramos verla.

Son realidades distintas, me dirán. Todo lo que ustedes quieran. Pero yo me pregunto por el coste de la vida, el nuestro y el de ellos. Es la teoría de la relatividad llevada al ámbito de la globalización o de la ética. El punto de partida, el comienzo de año, de unos y otros. Y ahora, con perdón, ánimo y si tienen tiempo y no tienen otras prioridades, escuchen al Sr. Iglesias, que les va a decir la verdad, o su verdad, o la verdad que a él le interesa, o la que quiere que ustedes se crean.

*Abogado y mediador