Haciendo memoria, es cierto que hay muy buenos humoristas catalanes. El todavía muy recordado Eugenio, la también fallecida actriz Rosa María Sardá en su vertiente cómica, Tricicle, Buenafuente y Berto Romero en la especialidad showman... Habrá muchos, porque tener sentido del humor no es patrimonio de ningún territorio, que se sepa hasta ahora, aunque haremos salvedad con Cádiz y la gracia natural de los gaditanos. 

Haciendo memoria también, diría que ya no se cuentan chistes de catalanes, o muy pocos. Quizá hemos evolucionado y eso de la tacañería se lo dejamos a los británicos para referirse a los escoceses. O tal vez la injusta y hasta racista gracieta del independentismo catalán radical nos alejó a muchos de este gran pueblo, que despierta admiración en tantas cosas y solo se hace insoportable cuando se le escapa la espita de la superioridad y el chantaje.

Así que miro un poco el programa ‘Bricoheroes’ (sin tilde) de TV3 para ver quiénes son esos humoristas del bricolaje que han llevado al consejero de la Presidencia y portavoz del Gobierno de Andalucía, Elías Bendodo, a criticar que en medios de comunicación catalanes se realicen "bromas con la forma de hablar o la forma de entender la vida que tenemos en Andalucía o en otras comunidades autónomas", que "no tienen ninguna gracia".

Esta queja casi oficial del Gobierno andaluz por un gag de un programa de la televisión pública catalana lleva a una doble vertiente. Por un lado, los finísimos pellejos que nos recubren ahora, en la Era de lo Políticamente Correcto, que coincide en tiempo y forma con el momento de mayor agresividad, falta de respeto, carencia de empatía hacia el contrario y desdén por los comportamientos educados que puedo recordar en las últimas décadas. Por otro, la tristeza de observar que se le paga el sueldo a unos señores que parecen incapaces de hacer una broma más allá del “caca, culo, pedo, pis”, traducido en este caso en burla humillante del acento andaluz y de escarnio de la religiosidad, que al parecer solo existe en Andalucía y entre los votantes del PP y de Vox. Si cobran un buen sueldo estos obreros del bricolaje chistoso, igual no han pasado por parroquias como la de Las Margaritas de Córdoba para comprobar la fuerza ética de los principios cristianos aplicados a la justicia social en barrios desfavorecidos.

Pero estamos hablando de un chiste, aunque sea un chiste malo, y no es cosa de tomarlo en serio. El programa pretende enseñar a los aspirantes a manitas a hacer, por ejemplo, un jardín vertical. Los presentadores-albañiles van explicando las cosas en tono jocoso y entretenido, o lo que sea. Encuentran en una pared unas manchas que parecen formar el rostro de un Cristo. Opinan los simpatiquísimos conductores del programa que, si se difundiera su hallazgo, media Andalucía y los del PP y Vox de Cataluña caerían rendidos. Y abandonan la nobilísima lengua catalana para pasar al suponemos que deteriorado castellano de los andaluces y decir “Zeñó, te lo pido, ¡Zeñó! Póngame una caza, Zeñó. Y lo de la salú y lo del amó, ¿cómo lo tengo?”.

Extremadamente gracioso. Vamos, para troncharse. Pero... ¿merecedor de una queja oficial? Quizá no sea cuestión burlarse con dinero público de los andaluces, especialmente teniendo a tantos como residentes en Cataluña, aunque semejante posición es reveladora del porqué de ese rechazo a sus ancestros que tienen algunos ciudadanos catalanes cuyos padres y abuelos llegaron como emigrantes a Cataluña procedentes de toda España y que intentan borrar su pasado familiar para integrarse en una sociedad que en algunos casos (solo en algunos) puede ser muy dura.

Dicho todo esto, no creo que sea para tanto. Una burla más de los fanfarrones con la que las cordobesas, igual que las gaditanas, nos hacemos tirabuzones. Más me enfadaba (obsérvese la suavidad del verbo empleado) ver las series españolas en las que la chacha era siempre una andaluza muy graciosa y zalamera, que preparaba a los señoritos unas cenas estupendas. Por eso me gustaba tanto la actriz Anabel Alonso, cuando, en su papel de actriz en ‘7 vidas’, hacía a su vez de sirvienta andaluza en una serie (se agradecía ese bucle de actriz que hacía de actriz con un sentido crítico cercano al sarcasmo) repitiendo la frase de Aída: “Que no tengo el chichi para farolillos”. Pues eso.